Dos locomotoras están a punto de chocar de frente. Vamos por todo dijo Cristina y vamos por todo, dijo Moyano. En ambos trenes viajan la mayoría de los argentinos. Ninguno está dispuesto a frenar. Algunos creen que se trata solamente de una interna dentro del peronismo.

Pero estamos hablando de dos de las tres personas más poderosas de la Argentina. Y del principal conflicto que tiene que afrontar el gobierno nacional desde que Néstor Kirchner llegó al poder. Es todavía mucho más fuerte y peligroso que la pelea con el campo por la 125. La presidenta viene cometiendo una serie de errores en la gestión y en la conducción política, pero, sin dudas, este es el más grave.

Porque se negó sistemáticamente a subir el mínimo no imponible para el impuesto a las ganancias. Y no fue por ninguna cuestión ideológica o económica.

La única explicación de semejante tozudez es que no quiso entregarle un triunfo a los reclamos de Hugo Moyano. La presidenta le dijo a todo su entorno que la demanda de los trabajadores era justa pero que quería anunciar la solución con un nuevo jefe de la CGT. ¿Se entiende? La presidenta utilizó un tema tan delicado para operar en la interna sindical y no permitir la reelección de Moyano. No se dio cuenta que la bronca de los trabajadores fue creciendo en forma genuina.

Porque esa presunta picardía de Cristina significa que maestros, jubilados y camioneros, entre otros, tengan que pagar impuesto a las ganancias. Un verdadero despropósito.

El salario no es ganancia. Y menos el salario de los trabajadores que menos tienen. El secretario general de la Asociación Bancaria, Sergio Palazzo, lo explicó en estos micrófonos de manera muy gráfica. Dijo que un cajero de un banco hace horas extras para ganarse un peso más y poder comprarse un departamento porque alquila y le descuentan el impuesto a las ganancias.

Y que a lo mejor está atendiendo a un cliente que renueva un plazo fijo por 3 millones de dólares, como tenía la presidenta y por esa fortuna, ella no paga impuestos. Esta es la madre de todas las locuras. La renta financiera no paga y el salario del laburante, si. Y encima la inflación negada que envenena todos los números de la economía. Es una situación digna del más neoliberal de los gobiernos. Pero todo nació de ese capricho de estado. De no querer entregarle una victoria sindical a Moyano. Y esa torpeza se le volvió en contra como un búmeran.

Porque hasta los gremialistas ultraoficialistas como Hugo Yasky se vieron obligados, presionados por sus bases, a reclamar con urgencia lo mismo que viene exigiendo Moyano. Ya lo dijo Perón, con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Anoche, por primera vez, escuché a los camioneros insultar groseramente a la presidenta a la que seguramente votaron en forma mayoritaria. Y no eran agrogarcas millonarios de la derecha destituyente.

Eran trabajadores peronistas. Anoche Moyano dijo que el gobierno estaba mostrando su gorilismo y antiperonismo al llamar extorsión al derecho a la huelga. Algo está cambiando. El humor social negativo habilitó una serie de protestas de casi todos los sectores sociales por distintos motivos. El gobierno por su soberbia no sabe no puede o no quiere escuchar. Hubo paro agropecuario nacional, marchas de los movimientos sociales de los desocupados, cacerolas de la clase media y ahora proletariado puro y duro.

Este es el corazón del problema que estamos pagando todos. Esta es la chispa que desató el incendio. Conducir un país no significa imponer ni someter.

Dialogar y negociar no es lo mismo que aflojar. No pierde autoridad quien busca los consensos. Redoblar la apuesta todo el tiempo lleva al ojo por ojo y a un callejón sin salida. Apenas Randazzo denunció penalmente a Hugo Moyano, el camionero lanzó el paro nacional con movilización a Plaza de Mayo.

Enseguida recibió el apoyo de la CTA de Pablo Miceli, de la Federación Agraria y hasta del Pollo Sobrero que una vez me dijo soy trotskista pero no como vidrio. Moyano fue más allá y desafió al ministro: que me lleven preso, dijo. Por la tarde, su hijo amenazó con llenar de camiones la plaza si tocaban a uno de ellos.

No se puede responder a cada provocación con otra más grande. Es una escalada, un espiral que fabrica violencia. Nunca es tarde para conversar y buscar un acuerdo razonable. La mano de hierro y la Gendarmería en las calles es el peor remedio. Es como echar más nafta al fuego.