En Argentina, una de cada tres parejas se separa. No es raro entonces que la gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, anunciara tres meses después de asumir el cargo su decisión de separarse del intendente de Morón, Ramiro Tagliaferro. Llevaban dos décadas juntos. Poco antes, su antecesor, Daniel Scioli, confirmó que no seguía con su segunda mujer, Karina Rabolini. Otro gobernador bonaerense, Felipe Solá, también soltó amarras. En su caso, en 2003, un año después de asumir, se separó de su segunda esposa, Teresa González Fernández.
La política, al parecer, se lleva mal con el matrimonio. ¿Sólo la política? En Europa, dos de cada tres parejas se deshacen. En España bajó el número de divorcios. No por un súbito florecimiento del amor, sino por la aguda profundización de la crisis. La duplicidad de gastos lleva a la mayoría a pensar dos veces antes de hacer la maleta. Las rupturas, más allá de las facilidades que otorga el llamado divorcio exprés desde 2005, bajaron en forma proporcional con la recesión y la caída del empleo femenino. Eso se debe al costo: es imposible mantener dos viviendas a falta de una.
En el Reino Unido, la infidelidad ha dejado de ser la principal causa de divorcio. La desplazó el desamor. En casi todo el planeta, salvo en la India y Sri Lanka, prima una tendencia general a separarse antes que a emparejarse.
Por regla general, ni las bodas ni los divorcios comulgan con la balanza. Un estudio de la Universidad de Ohio, presentado en la Asociación Sociológica de los Estados Unidos, revela que ganan peso las mujeres cuando se casan y los hombres cuando se divorcian. Eso explica el auge de los gimnasios entre personas que transitan la crisis de la mediana edad, al filo de los cincuenta, y deciden volver la soltería, aunque se trate de una utopía.
Existen excepciones. Un tribunal iraní condenó a un marido a comprarle 777 rosas a su mujer, dispuesta a divorciarse si él no cumplía con la promesa prematrimonial de regalarle esa ridícula cantidad de flores. Un juez de Taiwán le concedió el divorcio a una mujer por el mal olor de su marido, confirmado por los hijos de ambos. El ex periodista británico David Icke, temeroso de que la humanidad esté dominada por reptiles espaciales, pidió el divorcio de su mujer, Pamela Leigh Richard, porque sospechaba que ella era extraterrestre.
Una firma holandesa creó el Divorce Hotel, enclave que, con mediadores y psicólogos, promete en un fin de semana un divorcio de cuento de hadas hasta a matrimonios a prueba de fisuras. Nació el 14 de febrero de 2011, paradójicamente el Día de San Valentín. Las parejas duermen en habitaciones separadas. Son pequeños establecimientos boutiques, de cinco estrellas, dispersos en los Países Bajos. Dicen que uno siempre puede regresar… con otra esposa.
 
Jorge Elías
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