Utilizo la computadora casi exclusivamente para trabajar. Se me ocurre que es una cuestión generacional: es mi vieja máquina de escribir llevada a un nivel excelso, sumada a la biblioteca infinita que Borges soñó antes que nadie.

Admitámoslo: quien inventó la internet fue Borges.

Los nativos de la computadora, en cambio, viven dentro de ella del mismo modo en que uno vive en una ciudad. La imagen pertenece a Daniel Molina, en Twitter: “No somos adictos a internet: es el medio en que se vive hoy. Es como si en el siglo XIX se hubiera hablado de adicción a la ciudad.”

Visito Twitter desde fuera, con respeto ceremonial. ¿Yo? No me siento capaz. Pero entro un poco de contrabando y leo textos brillantes, que con efecto aluvional, después de un rato me hacen desternillar de risa.

Un ejemplo: alguien que firma QuijoteConserva, publica: “Maru Botana plantó un hijo, escribió un hijo y tuvo un hijo.” Y se supone que odia a su mujer y a sus hijos: “Tengo ganas de irme de mi casa y llevarme la casa.” O bien: “Después de las Fiestas voy a empezar a correr. Me llevo un bolso y la guita.”

Anita Pauls: “Acá Kirsten Dunst sería una hippie fofa, sucia, que no usa corpiño.” O Ingrid Beck, que firma “Madreprimeriza”: “Cuando me pongo un pantalón blanco no sé si parezco un heladero o una heladera.”

Podría pasarme el día entero leyendo. Twitter es –creo yo- la red social más importante y la más adictiva que hasta hoy ha propuesto la internet.