Floja de papeles, con apenas un tercio de aprobación legislativa, la senadora opositora Jeanine Áñez se autoproclamó presidenta de Bolivia tras la renuncia de Evo Morales y de su plana mayor. En tiempos de convulsión global, con Chile en llamas, Ecuador en suspenso, Panamá en vilo y Haití en caos, entre otros desbordes, el apuro por llenar el vacío de poder llevó a Áñez, vicepresidenta segunda del Senado, a asumir en forma interina el gobierno con una legitimidad dudosa. Acaso como la de la vicepresidenta de Perú, Mercedes Aráoz, tras la decisión del Congreso de suspender al presidente, Martín Vizcarra, resuelto a disolverlo.