Durante el terrorismo de estado, a Hebe Pastor de Bonafini le arrancaron dos veces el corazón. La desaparición de dos de sus hijos es un dolor incomparable e intransferible. Aquella sencilla ama de casa de La Plata se transformó en un gigante que enfrentó a los genocidas. Estaba armada apenas con un pañal que luego fue un pañuelo blanco y con la resistencia pacífica de dar vueltas alrededor de la Pirámide de Mayo.

Eran tiempos de horror y muerte y la gran mayoría de los argentinos sufríamos por eso. Pero Hebe y Estela, las madres y las abuelas de la Plaza y los familiares directos, jamás podrán olvidar aquellos días donde la vida no valía nada. Por eso nada se puede comparar con eso. Pero este es el peor momento de Hebe en democracia. Desde que se recuperaron las instituciones y con la libertad para exigir verdad, juicio, castigo y condena a los asesinos ella pasó por muchas situaciones difíciles. Ninguna como la que está atravesando ahora. Alcanza con mirar una y otra vez las imágenes de ayer. No pudo bajar de la combi para participar de las marchas que la hicieron famosa mundialmente.

Pero no porque estuviera rodeada de militares o fascistas. Eran obreros que reclamaban algo tan simple y tan justo como sus sueldos atrasados. Eran albañiles, muchos de ellos hermanos latinoamericanos que querían cobrar. Fue muy triste escuchar a Hebe preguntando: “¿Y a vos quien te manda?“, o la forma dolorosa de tratar de sacarse de encima un tema tan delicado “anda cobrarle a Schoklender que el nos choreó todo”. Para colmo, simultáneamente podían verse calles cortadas por otros trabajadores que reclamaban lo mismo. Y otros desde Santiago del Estero que pedían lo mismo. No se trata de una empresa multinacional explotadora que no le pagaba a los laburantes. Es la fundación de las Madres de Plaza de Mayo, que habla de Sueños Compartidos cuando está claro que hoy son pesadillas.

Los periodistas del resto del mundo no pueden entender lo que pasó ni lo que está pasando. No alcanza con buscar un chivo expiatorio o dos llamados Sergio y Pablo Schoklender. No alcanza con decir que Sergio se robó todo y lo transformó en Ferraris, yates y aviones más burgueses que los de los capitalistas más salvajes. Hay responsables políticos y legales de que todo esto haya pasado. Hoy las madres, en el último tramo de su vida, cuando deberían estar defendiendo los derechos humanos, están defendiendo su honradez en los tribunales, enfrentando jueces y fiscales y cuestionamientos legales que van más allá de sus propias fuerzas y posibilidades. Un día Néstor Kirchner se proclamó hijo de las madres y algo cambió porque nunca antes había movido un dedo para ayudarlas. Un día Hebe dijo que Schoklender era su hijo y algo cambió porque se trataba de un perverso que jamás había estado vinculado a los derechos humanos y cuya única actividad notoria había sido asesinar a sus padres. Muchos ya utilizaron esa horrorosa metáfora de que los Schoklender primero mataron a sus padres biológicos y luego a su madre adoptiva, Hebe Bonafini.

Encima, y como si esto fuera poco, se cerró el círculo del espanto familiar cuando Alejandra, la hija de Hebe, también apareció en operaciones inmobiliarias inexplicables: se compró una casa que vale 250 mil dólares sin crédito y luego se la vendió a esa maldita empresa del maldito Schoklender llamada Meldorek.

Pero hay algo que también se desmadró del orden de lo político. Porque es cierto que Néstor Kirchner colocó simbólicamente a las Madres en un lugar institucional que nunca habían tenido. Les dio un reconocimiento inédito. Y con eso las sedujo.

Les puso su camiseta partidaria, les dio montañas de dinero, edificios para que hicieran lo que quisieran y las alentó a que desarrollaran planes de viviendas que están plagados de irregularidades, carentes de todo control y que dejan a muchos de sus funcionarios al borde del delito y la cárcel. Kirchner les hizo un monumento pero por utilizarlas políticamente también las empujó al abismo de su peor momento en democracia. Nunca las madres estuvieron tan en el ojo de la tormenta. Ni la dictadura logró sentarlas en el banquillo de los acusados. Es el peor momento de Hebe en democracia. Y alguien tiene que pagar por eso.