Mañana se cumplen 40 años de un día histórico. Los panfletos de aquella época hablaban del “retorno definitivo de Juan Domingo Perón a la patria después de 18 años de injusto exilio”. Miles de paredes habían sido pintadas con la consigna: “Perón vuelve” y ese día se hizo realidad. Perón volvió. “Luche y vuelve”, decían los muchachos de la resistencia. Y después, “Luche y se van”, en referencia a los militares. El propio general Alejandro Lanusse había provocado a Perón con un desafío cuando dijo: “No le daba el cuero para volver”. Y volvió. Y fue millones. Vino para ser elegido presidente por tercera vez, algo que todavía nadie pudo igualar. Y lo logró con el porcentaje más alto de la historia: la fórmula Perón-Perón sacó el 62% de los votos.

El segundo objetivo, pacificar un país envenenado de violencia, resultó imposible. Pese a que Perón dijo que venía como prenda de paz, la utilización de las armas y el crimen para hacer política no se pudo controlar y, por el contrario, se potenció hasta desembocar en la noche más negra del terrorismo de estado. La violencia no murió. El que murió fue Perón.

Hay una postal que quedó clavada en la memoria histórica. Perón en el aeropuerto de Ezeiza, con el piso mojado por la llovizna, levanta sus manos en el saludo que lo siempre lo caracterizó. A su lado, José Ignacio Rucci levanta el paraguas con su mano izquierda como si fuera una bandera mientras a su lado, traje claro y corbata oscura, engominado hasta en el gesto adusto, está Juan Manuel Abal Medina. Hay un tapado de piel que protege a Isabel del frío y la figura siniestra de José López Rega que aparece vigilando todo, como siempre.

Hay dos apellidos claves que hoy, increíblemente, mantienen su vigencia en la vida política. Abal Medina, secretario general del Movimiento Nacional Justicialista es el padre del actual jefe de gabinete y Rucci, jefe máximo de la CGT, es el padre de Claudia, una de las diputadas mas activas del peronismo federal que va a enfrentar electoralmente al cristinismo gobernante. Hay que recordar que un año después de aquel regreso de Perón, su amigo y hombre de confianza en el Movimiento Obrero, fue asesinado por un comando de Montoneros. Perón había llegado en un avión de Alitalia acompañado por 150 figuras de todos los sectores. Fue en ese vuelo que Jorge Antonio le presentó a Perón a Carlos Menem.
 
En otras butacas viajaron artistas populares de la talla de Marilina Ross , figuras del deporte como José Sanfilippo o Abel Cachazú. Se mezclaban peronistas de todos los palos y colores: desde Chunchuna Villafañe hasta Oscar Bidegain o Jorge Taiana padre, pasando por Lorenzo Miguel, Juan Carlos Gené, Raúl Lastiri, Cafiero o Duhalde, Nilda Garré y los grandes cantores populares, Leonardo Favio y Hugo del Carril. El neurocirujano más famoso de la época, Raúl Matera, contó que cuando entraron al espacio aéreo argentino, se intentó cantar la marchita y Perón los detuvo. “Es hora del himno”, dijo y el mismo se puso a entonar la canción patria. Antes de partir, había dicho que su misión era de paz y no de guerra y había participado en una misa concelebrada por los curas Vernazza y Carlos Mugica.

Rucci había decretado un paro nacional para que los trabajadores pudieran reencontrarse con su líder pero el cerco policial y la represión de la dictadura lo impidieron. Perón estuvo detenido en el hotel de Ezeiza por una noche y recién al día siguiente pudo ir a su legendaria casa de la calle Gaspar Campos en Vicente López. En poco mas de un mes el viejo general al que ya se veía lento y cansado pero que mantenía su picardía y lucidez consiguió armar una acuerdo de coexistencia pacífica entre la inmensa mayoría de las fuerzas políticas con excepción de los liberales mas irreductibles a la derecha y los trotskistas mas radicalizados a la izquierda. Designó a Héctor Cámpora como su candidato a presidente y regresó a Puertas de Hierro en Madrid para ejercer lo que el llamaba “la conducción estratégica”. No eran tiempos sencillos.
 
El asesinato como hecho político se había convertido en algo de todos los días y la pelea entre las distintas alas del peronismo se había vuelto feroz. Hubo un gesto que ahora se ve gigantesco con el paso del tiempo que fue el abrazo con su enemigo histórico, el líder del radicalismo, Ricardo Balbín. Había un mensaje en esa reconciliación de dos de los grandes hombres de los partidos más populares de la Argentina. Un mensaje que no pudimos, no supimos o no quisimos descifrar. Pero esa es otra historia que dejo para el lunes.