Estamos de luto. Los argentinos estamos en pleno duelo nacional. Ante la muerte de por lo menos medio centenar de compatriotas corresponde primero compartir el dolor, darnos el pésame entre todos los que habitamos esta tierra. Compartir el sentimiento como se dice en los velorios. Hoy todos estamos de luto.

Pero con el llanto y el desgarro no alcanza. Hace un rato Fernando entrevistó a una piba llamada María Laura, que viaja todos los días y dijo una frase tremenda: “vi una chica golpeada, en el suelo y lloraba como si no hubiera mañana. Sangre por todos lados.” Después aclaró, por si hiciera falta, que “se viaja muy mal y esto no sorprende”.
 
Dio un panorama aterrador. Puertas abiertas que no funcionan. Ventanas de vidrio que no existe y que fueron reemplazadas por chapas que se reventaron como un huevo duro. Dijo María Laura que nada le llama la atención. Que es muy común que el tren se pase del andén y por eso tenga que regresar haciendo marcha atrás. Eso significa que le fallan los frenos. Ni mas ni menos. Por eso no alcanza con compartir el sentimiento. El dolor es de todos. Pero las responsabilidades, no. La tarea periodística es ir un poco más allá, llamar a las cosas por su nombre y dejar los eufemismos de lado.

Basta de hablar del accidente del tren en Once. No hace falta hacer un peritaje para saber el estado de los trenes. La palabra accidente transmite algo de casualidad, de inevitable, esa fatalidad que no se puede parar. Es como decir que si hubo un accidente no hay ningun responsable y todo el mundo se lava las manos y le echa la culpa a la mala suerte, al destino, a Dios. Y eso es mentira. Lo mas conveniente parecer ser hablar de siniestro.

Eso es lo que pasó en Once esta mañana. Una locomotora no pudo frenar. Y en otras dos estaciones mas temprano tampoco había podido frenar. Por eso la gente estaba tan enojada. Estamos hablando de una de las tragedias mas grandes de la historia. Están ocurriendo demasiado seguido estos siniestros. ¿Es solo mala suerte? ¿Eso le van a decir a los familiares de los muertos? ¿Se creen que con eso van a consolar a aquellos hermanos que van a quedar discapacitados? ¿Quién pone la cara para decirle es un accidente? Minga un accidente. Es siniestro lo que pasó y esto se llama siniestro, en todas las acepciones que tiene la palabra. Siniestro como sinónimo de destrucción o pérdida grave o siniestro para connotar perverso, avieso, malintencionado, tenebroso y oscuro.

Ese siniestro de esta mañana se torna tenebroso y oscuro cuando se sabe que hay 49 familias que perdieron a sus seres queridos y que otras están destruidas porque las lesiones y mutilaciones no le van a permitir vivir como vivían hasta ayer.
Hace poco Horacio Caminos el vocero del gremio de los maquinistas a propósito del siniestro sobre los rieles del tren en San Miguel dijo una cosa terrible. Denunció que hay una gran falta de mantenimiento y que si aplicaran el reglamento

No funcionaría ningún tren en la provincia de Buenos Aires. ¿Escuchó bien? Falta de mantenimiento. Ningun tren está en condiciones de funcionar como corresponde. ¿Se le puede llamar accidente a esto? O es producto de la negligencia, la irresponsabilidad y la falta de inversiones de las empresas y de controles de los gobiernos?

Solo hay accidente cuando algo imprevisible viene de la naturaleza. Un terremoto, un ciclón, una inundación. Nada de eso ocurrió hoy en el ferrocarril Sarmiento. En general en estos casos hay pocas casualidades y muchas causalidades. Hay que escuchar a los que saben y no tienen intereses economicos en todo esto. Juan Carlos Cena denunció lo vetusto y obsoleto del material. Cena es el autor del libro tituló con un neologismo extraordinario: Ferrocidio. Es un critico feroz del proceso de privatización y liquidación de los trenes en la década del 90, bajo las banderas neoliberales de Carlos Menem.

¿Se acuerda, ramal que para ramal que cierra? Fue la destrucción sistemática de los ramales y de muchos pueblos que vivían al lado de la estaciones ferroviarias. Aquel golpe de estado contra los trenes hizo desaparecer 19 mil kilómetros de vías y 100 mil trabajadores pasaron a ser desocupados en un salto al pasado que no había ocurrido jamás en la historia.

Los sucesivos gobiernos que vinieron detrás de Menem frenaron la entrega pero no hicieron nada o casi nada para recuperar en toda su dimensión y en las condiciones que corresponde un transporte tan eficiente y popular como es el tren para los sectores mas humildes. Porque el que viaja hacinado en el tren a las 8 de la mañana es porque no tiene otro remedio. Porque tiene que ir a trabajar y no le da el cuero para ir de otra manera. El atraso tecnológico ferroviario no es una casualidad ni un accidente.

Nadie puede ni debe olvidar el paso de Ricardo Jaime por las principales responsabilidades del presente y el futuro de los trenes. Se prometieron inversiones, apertura de talleres, una especie de refundación del ferrocarril y no pasó nada o casi nada. Hubo demasiados anuncios para la tribuna y la gilada. Pasan los años y nada. ¿A eso se le puede llamar accidente? O es que la muerte anda sobre rieles buscando siniestros. Por eso los argentinos estamos de duelo.