Para los balances políticos me gusta siempre utilizar tres miradas: lo bueno, lo malo y lo feo. Humildemente, haciendo un ejercicio de rigurosidad y equilibrio, creo que la década kirchnerista quedará en la historia por algunos de estos motivos. Vamos por partes.
Lo bueno: La asignación mal llamada universal para hijos de desocupados y trabajadores en negro. Es una gigantesca transferencia de recursos hacia los 3.300.000 chicos más vulnerables que reciben 460 pesos por mes. Todo eso les da algún nivel de contención, un mínimo de ciudadanía que los escolariza y cuida un poco mejor su salud.
 
Es el estado haciendo el trabajo que tiene que hacer frente a la emergencia más feroz. El segundo paso que los próximos gobiernos deberán dar, es garantizar su capacitación para que trabajen y se ganen la vida con el sudor de su frente. Solo el trabajo dignifica al hombre. Creo que esto es lo mejor que se hizo en esta década en términos sociales, pero no fue lo único. En los primeros años, de la mano de Roberto Lavagna y Néstor, mejoraron todos los indicadores sociales. Instalaron el motor del consumo popular y crearon la mayor cantidad de puestos de trabajo. Argentina creció a tasas chinas sin el cáncer de la inflación que llegaría después. En el rubro de lo bueno yo agregaría la revalorización del rol del estado y el mundo productivo, las paritarias, la ley de matrimonio igualitario entre otras ampliaciones de derechos como el voto a los 16 años y la conformación de la mejor Corte Suprema desde el retorno de la democracia. Esto es parte de la década ganada.

Lo malo: la corrupción de estado es lo peor. La sociedad de Néstor Kirchner con empresarios como Lázaro Báez. Es grave moralmente porque transmite los peores disvalores. Que los honrados son boludos y los corruptos son piolas. Que el futuro es de los malandras y que pagar impuestos y cumplir con la ley a rajatabla es de otarios.
 
El ladriprogresismo, es una obscenidad demasiado grande para minimizar su impacto. Pese a la lotería de la soja que nos dio un huracán de dólares a favor, no lograron reducir la inequidad social, ni la pobreza ni la desocupación, ni la inseguridad y destruyeron las estadísticas públicas. La revista Barcelona tituló: “Ya hicimos la distribución de la riqueza. Pero no nos alcanzó para los pobres”. Brillante y tragicómica definición. Es la profanación de la memoria de hombres como Alfonsín, Alfredo Palacios o Don Arturo Illia, entre tantos militantes honrados que se empobrecieron lícitamente en la política. Ponerle el nombre de una calle a Julio de Vido es como bautizar una escuela con el nombre de Al Capone. El cristinismo se está tragando el peor sapo en estos días: el blanqueo colosal y derechista de los dineros más negros y delictivos de la Argentina. Es lo que Binner acaba de llamar cleptocracia. El gobierno de los ladrones. Esto es parte de la década lavada.

Lo feo: la instalación del odio desde el estado. La inoculación del veneno en las venas abiertas de la Argentina. La persecución al que piensa distinto. El quiebre de todas las instituciones políticas y sociales y la permanente identificación de la crítica periodística o partidaria como un enemigo golpistas y no como el sano juego de las instituciones. El intento de amordazar y someter al periodismo y la justicia fue rodeado de las patotas oficiales. Nunca antes desde 1983 habíamos vivido la división de familiares y amigos que se convirtieron en enemigos irreconciliables.
 
Esta es la más grave factura y fractura que la historia le pasará a los Kirchner. Hicieron desaparecer el diálogo y el intercambio de ideas. Instalaron el verticalismo, una maquinaria estatal de propaganda con Fútbol para todos y medios pautadependientes, redujeron al Congreso a la servidumbre y definieron dos tipos de personas: los esclavos o los enemigos. Eso es autoritarismo de estado. Crispasión en estado puro, violencia simbólica que nos deja al borde de la violencia concreta, es decir a un paso de la catástrofe social. Esto es parte de la década fracturada.
 
Y es la peor herencia que los Kirchner les dejarán a nuestros hijos. Pasarán muchos años hasta que cerremos las heridas abiertas. Pasarán muchos años hasta que la hermandad solidaria entre todos supere la agresividad y la injuria. Pasarán muchos años pero llegarán. La esperanza siempre vence al miedo.