La obra se llama “Love, love, love”. Sandra (Gabriela Toscano) y Dany (Fabián Vena) se conocen en 1967, la época en que el movimiento hippie rompe las convenciones sociales de la posguerra y genera una filosofía basada sobre el amor, la acción antibélica y el culto a las libertades. Ambos tienen 19 años y experimentan la vertiginosa sensación de que todo les está permitido. Dany, por ejemplo, estacionado en casa de su hermano Leo (Martín Slipak), no trabaja, si siquiera se viste: sólo bebe alcohol y fuma, y no vacila en quedarse con la novia de su hermano.

La historia va a mostrar cómo este vínculo avanzó a lo largo de las décadas. Si bien había surgido de un flechazo algo intoxicado y convencido de que “todo lo que necesitas es amor”, los años noventa los encuentra viviendo en un amplio y confortable departamento; están casados y tienen dos hijos: Roxi (Vanesa González), una adolescente retraída a quien nadie presta atención, y Teo (Santiago Magariños) un joven de conducta peculiar. Sandra y Dany siguen bebiendo, mucho. Al parecer se odian entre sí e ignoran a sus hijos. No sabemos a qué se han dedicado, qué parte de su vida destinaron a ganarse la vida.

Hoy tienen 65 años y están separados. La casa de Dany –quien no deja de beber- es aún más lujosa que la anterior. Teo está muy raro. Sandra es un alarde de autoestima y sofisticación. Pero Roxi cambió la timidez por el reclamo y demanda de sus padres la protección que nunca le habían dado.

Planteado así, con un encuadre histórico, el reclamo de Roxi adquiere un tono político. No dice que sus padres son unos alcohólicos egocéntricos que escudan su desidia en las letras de los Beatles; dice que “su generación” –la de los padres- despilfarró todos sus privilegios y no dejó nada para la de ella. El autor, el inglés Mike Bartlett, de 32 años, parece compartir una tendencia actual en el pensamiento de los jóvenes ingleses afectados por la crisis: culpan a la generación anterior de codicia y desaprensión. Los hacen responsables, de hecho, de la paulatina pérdida de sus privilegios sociales: ellos no cuentan, como los baby boomers, de un estado benefactor.

Es cierto que el movimiento hippie dejó una marca en la historia cuyos efectos aún no están del todo dilucidados, pero padres desaprensivos hubo en todas las épocas, y siempre se necesita una dosis de coraje personal para vivir, aun en condiciones afectivamente difíciles.

El paso del tiempo, las tormentas, lo interior y lo mundano en “Love, love, love” está orquestado con el pulso sensible y experimentado de Carlos Rivas. Las actuaciones son extraordinarias, todas, pero Gabriela Toscano ilumina la escena con un toque de genialidad, especialmente cuando vibra con todo el cuerpo la ira de los años noventa.

“Love, love, love” puede verse en el Multiteatro, Corrientes 1283.