Cuando Jair Bolsonaro se trenzó con Emmanuel Macron por la ayuda económica del G7 para aplacar los incendios y la deforestación de la Amazonía invocó la soberanía. La soberanía sobre una fuente imprescindible de oxígeno, colosal sumidero de dióxido de carbono, que impacta en las corrientes oceánicas y en el clima mundial. La selva amazónica, compartida por Brasil y otros ocho países, perdió más de un 20 por ciento de su terreno en las últimas seis décadas. Sólo en agosto hubo unos 31.000 focos de incendio, casi el triple que en el mismo mes de 2018. Arrasaron una superficie equivalente a 4,2 millones canchas de fútbol.