Una de las mejores jugadoras del mundo, Naomi Osaka, debió retirarse de uno de los torneos más relevantes, Roland Garros. No evitó presentarse; quería jugar y de hecho lo hizo, ganó en la primera ronda y avanzó a la siguiente fase.

Tras el partido, la organización fuerza a los jugadores a brindar una conferencia de prensa, pero la jugadora no se presentó. Ya había avisado antes del campeonato que no se iba a presentar a ninguna rueda con medios porque lo padecía e iba a priorizar su salud mental.

Sin embargo, no fue escuchada. Ante la primera ausencia se la multó por 15 mil dólares y se la amenazó con excluirla del Abierto de Francia. Incluso, se la criticó duramente por el hecho.

En consecuencia, una de las mejores jugadoras del mundo debió abandonar la competencia para cuidar ella misma de su salud y evitar ser el foco de las críticas y la presión ejercida por la organización.

Un episodio notorio de machismo y abuso institucional y periodístico. Lo invito, estimado lector, a que se tome un segundo para analizar cual sería su reacción si Lionel Messi debiera dejar de jugar la Champions League o un Mundial por negarse a dar conferencias de prensa.

Imagine además, que el astro ya comunicó que no puede darlas porque su salud mental sufre si lo hace. Parece absolutamente inviable, pero inténtelo. Ahora, haga el ejercicio de pasar al mismo deporte que práctica Osaka y preguntarse que sucedería si el mismo cuadro lo padeciese Rafael Nadal.

¿Obligaría a Rafa la organización a hablar con los medios en contra de su propio bienestar? ¿Lo forzarían al punto de tener que irse del torneo? Existen varios ejes que abordar ante esta situación.

Uno, el primero, el más imperioso: el del machismo en el deporte. Es inadmisible permitir un trato tan evidentemente autoritario hacia una deportista. Trato que definitivamente no recibiría un par masculino. Por si hace falta aclararlo, y aunque todo jugador debería recibir el mismo trato, sin importar su nivel tenístico, Osaka es la número 2 del ranking de la WTA y quizás la jugadora más atrayente del circuito en la actualidad. No hay siquiera privilegios por status, hay machismo puro y abuso de autoridad.

Otro eje esencial que debe abordarse es el de los medios de comunicación. De la extensa declaración en la que la japonesa blanqueó sus motivos de renuncia al torneo más importante de polvo de ladrillo, la mayor parte de los medios tomó la parte en la que ella hace referencia a los períodos de depresión que padece, como motivo de su forzado abandono.

Pocos repararon en el párrafo en el que afirma que hace lo mejor que puede para atender a la prensa, pero lo sufre, lo padece, le genera ansiedad, según sus propios términos. Casi ningún medio, tampoco, condenó enfáticamente la presión ejercida por la organización para que la tenista responda preguntas, aún atentando contra su salud.

Obviaron esa parte y fueron a la idea de que Osaka “abrió el debate sobre deporte y salud mental”, algo que nunca hizo la japonesa.

No abrió un debate, porque no hay debate posible. Pidió visibilizar la cuestión, dejar de esconderla bajo la alfombra. Con todo lo que ello conlleva: no condenar o discriminar a quienes lo padecen y mostrarlo como algo que existe, que sucede y que se puede tratar.

Todos los seres humanos pueden tener padecimientos vinculados a la salud mental. Los deportistas son seres humanos, cuestión que a veces es necesario enfatizar, y por ende, puede sucederles.

No hay discusión posible, es necesario ocuparse del tema, más en las particulares circunstancias en las que se encuentra el mundo. El padecimiento de Osaka debe tomar la relevancia que tiene.

La salud mental no solo se pone bajo el tapete, sino que además, muchas veces es minimizada. Los términos depresión o ansiedad, por ejemplo, suelen tomarse con una liviandad peligrosa, como si se tratase de elecciones y no de enfermedades. Si la tenista hubiese manifestado que no podía dar conferencias de prensa por fiebre o problemas de columna que le impiden estar sentada, seguramente hubiese sido contemplada.

Lo que sí amerita un debate es el rol de los medios de comunicación en general. Este caso se erige como una muestra potente de lo que se observa tantas veces a nivel nacional e internacional: la prensa antepone su importancia a la de la noticia.

El periodismo y los periodistas no pueden tener mayor relevancia que los protagonistas o el hecho sobre el que sea que verse la disciplina. Mucho menos pueden, en la búsqueda desesperada de ejercer un papel protagónico, atentar contra la noticia en sí o contra el actor principal en el hecho en cuestión.

Lo más importante, sin duda alguna, es la salud de Osaka, como la de cualquier ser humano. Pero, incluso desde el punto de vista de los más despiadados cazadores de tesoros comunicacionales, resulta absurda la anteposición de una pequeña e irrelevante necesidad de obtener una declaración, al hecho de que ella juegue al tenis, aquello a lo que se dedica y lo que los fanáticos, consumidores del deporte quieren ver. Lo que declare sobre un partido de tenis que jugó es largamente menos relevante que el partido de tenis que jugó.

Los personalismos periodísticos han llegado a un punto tan dañino, que destrozan la noticia en función del interés personal. Sucedió en este caso extremo en el que la salud de un deportista llegó a correr grave riesgo y sucede de menor visibilidad. Un grupo de reporteros se agolpa en la casa de una persona con el fin de entrevistarla. Cuando sale se le abalanzan, la pisan, la empujan, se chocan entre ellos, derriban a algún familiar, todo bajo un paraguas que parece, aunque de ningún modo debe, habilitar cualquier cosa: “Estamos trabajando”.

¿Suena conocida o habitual la secuencia? ¿es frecuente también que en consecuencia el protagonista no sólo salga lastimado sino también se ofusque y se retire sin realizar declaraciones? Es el momento y la oportunidad para una revisión profunda.