Con las imágenes de los oficialistas levemente a la baja y las de los opositores estables, la angustia social empuja hacia el clima electoral como espacio de fuga y catarsis colectiva. Parece que los argentinos vamos a esperar a las urnas para darle nuestros mensajes al sistema político antes que salir a la calle, como hemos visto en muchos países de la región.

En términos nacionales, el 28% de los encuestados admite directamente que quiere que el gobierno gane las elecciones. Tendrán que buscar recursos para intentar seducir a la mayor parte del 11.6% que se muestra indiferente si quieren tener una elección parecida a la del 2017.

En la esquina contraria del ring, 59.8% indica que quiere que pierdan. El trabajo de la oposición aquí será lograr no atomizar el voto lo suficiente como para que, en las provincias en disputa, el Frente de Todos mermado igualmente alcance a ganar.

Preguntado al revés (respecto de Juntos por el Cambio) parece haber un numero parecido nacional al 2017 (45.6%). Aunque el 36.4% desea que estos pierdan las elecciones y existe un 16.9% aún indiferente.

De estas dos preguntas podemos establecer un primer criterio de piso del Frente de Todos nacional del 28% y un techo del 36.4%. Todavía quedan puntos por decidir, de personas que tendrán que atravesar el conflicto de sumarse a la pelea principal (la grieta) o resistir en terceras y cuartas opciones.

En las posturas respecto a la crisis por el Covid19 podemos encontrar otro dato que nos acerque a cuál puede ser el tamaño del Frente de Todos nacional: 37.3% opina que las cifras excesivas de muertes responden a la poca responsabilidad de la gente. Es exactamente la posición que adoptaría un kirchnerista aunque no quiera responder otras preguntas electorales. Le podemos sumar, si se quiere, algo del 3.1% que sostiene que los poderes internacionales que administran las vacunas son los culpables. Se arrima el número entonces a los 40 puntos nacionales.

Aún en esta situación, el Frente de Todos resulta una fuerza absolutamente competitiva.

Recordemos que estos valores tendrán variaciones en cada provincia, y que la construcción simbólica de ganar/perder quedará sujeta a lo que suceda en la Provincia de Buenos Aires donde, en este momento y aún sin saber los candidatos, podemos visualizar una elección súper polarizada entre dos fuerzas que oscilaran entre los 35 y 40 puntos.

Tanto en la Provincia de Buenos Aires como en la Ciudad Autónoma se juegan además construcciones simbólicas que piensan más en el 2023 que en el hoy. En la primera parece haber una batalla entre lo más potente del oficialismo versus una desordenada oposición potenciada por la bronca social. En la segunda parece configurarse una superpoblación de mega estrellas de Juntos por el Cambio potenciada por una elección imposible de perder.

En la Provincia de Buenos Aires cualquier número del oficialismo por debajo del 52% conseguido en 2019 tendrá un simbólico sabor a derrota. Aunque el kirchnerismo se mide realmente contra las elecciones de 2017 donde Cristina Fernández perdió aún obteniendo 38%. Rendir menos que eso, sería un escándalo.

Esto convierte a la provincia en un distrito interesante para ser rival opositor. Porque ganar sería un hecho histórico, y perder sería una resistencia simbólica absolutamente digna.

En la ciudad, el Frente de Todos puede llegar a hacer una elección muy digna, pero Juntos por el Cambio tiene resuelta la general. Lo que no tiene resuelto Horacio Rodríguez Larreta es la interna, dado que Patricia Bullrich se mantiene peligrosamente competitiva contra María Eugenia Vidal. Faltan las mesas de acuerdo, conocer las listas, el apoyo de cada referente a su candidato preferido y las campañas. Pero está lejos de estar resuelto.