La situación del subsecretario de Energía es realmente llamativa y marca a las claras el diseño del poder en la Argentina, los límites de los funcionarios y como se fijan las políticas públicas.

El motivo por el que, tanto Martín Guzmán como Alberto Fernández quisieron desprenderse de Basualdo, fue su nagativa a autorizar aumentos tarifarios. Lo cual marca como, un funcionario de manor rango, se niega a llevar a cabo indicaciones de sus supuestos superiores jerárquicos. Al menos lo son, de acuerdo al organigrama del Estado.

La problemática tenía una solución que no implicaba el despido de Basualdo. Todo funcionario de mayor rango, puede utilizar el recurso de la avocación, y decidir lo que el inferior se niega a resolver.

La estructura estatal es un esquema de delegación de funciones. El presidente concentra el mandato del pueblo, delega en ministros-secretarios (así los llama la Constitución), una suerte de división del trabajo para organizar las tareas. Estos a su vez, delegan y dividen tareas en secretarios de Estado y ellos en subsecretarios, y así hacia abajo.

Por ende, cualquier secretario o ministro, puede, mediante lo que se llama "avocación" decidir lo que el inferior se niega hacer. ¿Porque entonces despedir a Basualdo si tanto costo en la política interna de la alianza oficialista iba a generar? ¿No era mas sencillo que simplemente Guzmán firamra lo que su subsecretario no quería firmar?.

El tema no es Basualdo. El problema pasa por otro lado: el kirchnerismo no esta de acuerdo con el aumento de tarifas y tampoco con el modo en que Guzmán está manejando la negociación de la deuda con el FMI. 

Entonces Guzmán no se animó a firmar el aumento pese a la negativa del kirchnerista Basualdo, y decidiron despedirlo para medir hasta donde estaba dispuesta a resistir Cristina y La Cámpora el incremento tarifario. Bueno, ahí tiene la respuesta: "hasta el final". 

El problema ahora es la imagen. El presidente, el jefe de gabinete y el ministro de Economía, se mostraron impotentes para que un subsecretario deje su humilde despacho. 

Ya no importa si durante el día de hoy, alguien llama a Cristina y le ruega que lo deje despedirlo para "no quedar tan mal" a cambio de hacer lo que ella diga (porque ese es el único negocio posible, trascienda o no). El tema ya está planteado, los funcionarios de mayor rango del Estado son totalmente impotentes frente al poder real.