Fue un partido acorde al torneo. La final de la Champions League tuvo un nivel extraordinario, como buena parte del tramo final de la competencia. En un encuentro en el que se medían dos proyectos de millonarias inversiones, el Chelsea le ganó 1 a 0 al Manchester City con gol del alemán Kai Havertz y consiguió su segunda gran conquista en Europa.

El City buscó generar juego colectivo mediante pases de seguridad, sencillos y al pie, para crecer de a poco y adquirir confianza. Más allá de la tendencia habitual del equipo de Pep Guardiola a jugar mucho con la pelota, tuvo de por sí una mayor cantidad de jugadores en la mitad de la cancha, con condiciones como para jugar, pasar con precisión y mostrarse.

No solo por los mediocampistas, sino también porque Oleksandr Zinchenko, lateral, se tiró hacia adentro para generar circuitos de juego. Aunque eso, en la salida le trajo algunos problemas, dado que Raheem Sterling quedó muchas veces aislado por la banda izquierda y por ende, obligado a jugar de espaldas contra la marca y la línea de costado. El jugador más desequilibrante del equipo quedó limitado a jugar al espacio.

Los londinenses mostraron un método más directo en principio, pero luego quedó claro que manejan todas las variantes del juego. Con solo dos mediocampistas propiamente dichos y Mason Mount, que en algún momento se acopló desde el costado izquierdo, la idea era clara: ser veloz pero no saltar líneas, sino ser expeditivo en cada una de ellas.

Desde la llegada de Thomas Tuchel el modo de juego es siempre el mismo, con mucho ritmo pero en un bloque corto, por lo que tanto cuando ataca como cuando defiende, lo hace con casi todos sus futbolistas de campo.

A los 7, los de Manchester insinuaron por primera vez con una jugada habitual: un pase largo del arquero Ederson para la diagonal de Sterling que recortó de izquierda a derecha y apareció solo en el área pero no pudo definir.

A partir de esa acción, el encuentro entró en el habitual ritmo frenético ida y vuelta del fútbol inglés. Y el Chelsea no tardó en responder: tuvo un par de jugadas bien elaboradas con su sello que el errático aunque creativo Timo Werner no definió bien.

A los 16, nuevamente los de azul generaron una buena acción. Mount la originó, como casi todas, Werner aguantó de espaldas y esperó la subida del lateral izquierdo Ben Chilwell, quien envió un centro para la aparición de N’golo Kanté que no pudo finalizarla bien de cabeza.

El equipo que pertenece al magnate ruso Roman Abramovic dominó lo que quedó del primer tiempo. Si bien no pudo llegar con claridad, fue el más profundo a partir los cortes del monstruoso Kanté y las transiciones veloces.

Durante los últimos minutos también le quitó el manejo del balón al rival y ejerció una tenencia muy fluida. A partir de ese manejo surgió el primer tanto del partido.

Luego de tocar un largo rato, un pase largo del arquero Edouard Mendy dejó descolocada a la primera línea de presión del City. Mount metió un pase fabuloso desde atrás de la mitad de la cancha para Kai Havertz, que se turnó para picar con Werner, y ante la salida de Ederson la tiró larga, lo superó y definió. Cuando se moría el primer tiempo, el equipo londinense consiguió ponerse justamente en ventaja.

En la segunda mitad, pese a que el equipo de Guardiola quiso adelantarse, el de Tuchel no se refugió y continuó siendo superior como en la primera parte. Werner siguió muy impreciso en las decisiones finales, pero, de todos modos, fue útil al equipo dado que permanentemente ofreció opciones de pase al vacío.

Al entrenador del conjunto del Manchester le faltó reacción. La posición de Ilkay Gündogan como volante central retrasado le fue perjudicial al equipo. El ex Borussia Dortmund no tiene características de marca y tan retrasado perdió la oportunidad de hacer lucir sus virtudes: el pase incisivo y la llegada al área.

Con el ingreso de Fernandinho a los 18 minutos, corrigió. Además, cuando Kevin De Bruyne, de flojo partido, debió dejar la cancha luego de un golpe propinado por Antonio Rüdiger, el ex DT del Barcelona optó por Gabriel Jesús por sobre Sergio Agüero.

El partido pedía un jugador con mejores movimientos de área para fijar a los centrales y el “Kun” recién entró cuando quedaban 14 minutos. Lo poco que pudo hacer el City estuvo a cargo del joven Phil Phoden, quien si bien no encontró una posición determinada desde la cual ejercer un daño más permanente, cuando encontró un espacio lo aprovechó para sacar ventaja individual.

La desesperación lo llevó a Agüero a jugar por los costados y hasta retrasado en busca de darle a su equipo alguna variante. Lo curioso fue que él fue quien salió a intentar jugar y Gabriel Jesús quedó como centro delantero.

A los 27, Christian Pulisic, que entró por Werner, y Havertz armaron una jugada espectacular de contraataque. A pura velocidad y con taco incluido del recién ingresado, el alemán asistió a último momento al estadounidense que definió cruzado y se le fue apenas abierta por el segundo palo.

Sobre el final, el Manchester City intentó, sin grandes ideas. Jugó un pobre partido, donde sólo mostró su identidad en los primeros 15 minutos de partido y luego no pudo adaptarse a las circunstancias.

En el segundo tiempo tiró demasiados centros improvisados, algo impropio de su estilo y poco productivo dados los jugadores que tuvo en cancha. La única que tuvo fue en el quinto minuto de descuento, cuando tras cargar el área el rebote derivó en Riyad Mahrez, que de derecha la agarró de volea. La pelota, con el arquero ya vencido, pasó a centímetros del ángulo izquierdo.

El fútbol europeo atraviesa un momento fenomenal. Los partidos, para puntualizar, de esta Champions League de los cuartos de final en adelante, fueron de una calidad técnica, táctica y estratégica descomunal.

El Chelsea, el equipo más ecléctico, que demostró mayor cantidad de variantes aceitadas de juego, fue un justo ganador de la final y un buen campeón de un torneo altamente competitivo.

Tuchel le encontró la vuelta a un equipo que con Frank Lampard parecía perdido y que con Kanté como bandera en la segunda parte de la temporada se transformó en un equipo integral.

El equipo azul consiguió su segunda Champions League de su historia. La primera la había ganado en 2012, de la mano de otro DT que tomó al equipo sobre el final de temporada. En aquel caso, el italiano Roberto Di Matteo se hizo cargo del equipo que dejó el portugués André Vilas-Boas, quien incluso lo acusó de traicionarlo. Finalmente el Chelsea consiguió ser campeón del torneo continental y luego cayó ante Corinthians en la final del Mundial de Clubes.