“Soy bastante cambiante porque no me gusta encasillarme. Salir de la zona de confort, para mí, siempre es un buen plan”, expresa Fredy Villarreal con tono reflexivo como quien va en busca de sus deseos con el GPS activado, dejándose llevar por lo que siente, orgulloso del camino recorrido artísticamente y disfrutando el presente más que nunca, “porque el tiempo es ahora”.

Fredy manda un audio de whatsapp para avisar: “Estoy estacionando, me demoré por la lluvia, el tránsito es un caos, pero en 5 minutos estoy ahí”. Mientras, un amable boletero sugiere las mejores ubicaciones para turistas y locales que se acercan para comprar entradas de una comedia que cuelga habitualmente el cartel de “localidades agotadas”. El actor, que protagoniza “Los Mosqueteros del Rey”, junto a Nicolás Scarpino, Jorge Suárez y Nicolás Cabré, llega al teatro con la mejor de las ondas e invita al camarín, previa caminata atravesando la sala de punta a punta hasta llegar al escenario.

Villarreal saluda a todos, mientras recorre el circuito oficiando de guía, hasta llegar a destino: un camarín luminoso y despojado, con apenas un par de sillas y una cafetera eléctrica en funcionamiento. Convida café, sugiere un lugar cómodo y se predispone a conversar como si estuviera en el living de su casa. La última temporada de verano en Mar del Plata hizo un éxito con “Los 39 escalones”, una comedia inglesa con el sello de Alfred Hitchcock, donde el mayor desafío actoral eran la rapidez y la vertiginosidad con que cambiaba de personajes y vestuario y hoy sigue con otra obra que le da las mismas satisfacciones.

“Estoy muy feliz haciendo Los Mosqueteros del Rey, porque es una comedia blanca extraordinaria, tiene buena vibra. Siempre recomiendo ver las obras al tiempo de haber estrenado porque el teatro tiene un prueba y error permanentemente; lo que vas pergeñando en los ensayos es algo así como el motor de un auto que aún no sacaste a la ruta ni al circuito de carreras. Cuando ya está rodando, con el piloto listo para arrancar, más lo que te dicen los ingenieros, es ahí donde sale la versión más refinada de lo que tendría que pasar”, grafica el actor.

La obra es creación del prestigioso director Manuel González Gil y explora la comedia a partir del juego “del error actoral” logrando una pieza desopilante, ocurrente e imperdible.

Cuatro actores intentan dar inicio a la función, pero una serie de incidentes se los impide, ya sea porque olvidan los textos o se confunden los momentos de entrada y salida. Estrenada originalmente en junio de 1991, se lucían con actuaciones estelares Miguel Ángel Solá (más tarde reemplazado por Jorge Marrale), Darío Grandinetti, Hugo Arana y Juan Leyrado. Ahora, algunos de aquellos viejos mosqueteros fueron invitados exclusivamente para celebrar con los actuales por haber llegado los 50.000 espectadores.

-Imagino que debe haber sido una función muy especial, desafiante y conmovedora, ¿no?

-Sí, absolutamente. Siempre vienen famosos, colegas, prensa, podría venir el Papa o no, pero la llegada de ellos fue “muy especial” porque ellos la estrenaron y si bien la obra es el calco de lo que pasó en aquella época, hubo modificaciones.

"Prefiero no mirar televisión porque me genera mucha angustia"

Finalizada la función, en la que se divirtieron y aplaudieron de pie, viejos y nuevos Mosqueteros se fundieron en un abrazo, se sacaron fotos y se quedaron charlando un buen rato entre bambalinas. Y se comenta que alguien reconoció: “Ustedes cantan y bailan mucho mejor que nosotros en aquella época”.

-¿Les contaron alguna anécdota del estreno de aquella época?

-Sí, hay una muy particular, porque las mujeres de ellos, cuando fueron a ver un ensayo les dijeron muy preocupadas: “¿perdón, así van a estrenar mañana?”

"Prefiero no mirar televisión porque me genera mucha angustia"

Se vuelve a reír, Fredy porque la obra parte de un error, donde los actores intentan montar la novela de Alejandro Dumas y se ven afectados por un montón de contratiempos musicales y de los otros, escenas muy divertidas y disparatadas, en las que el público también es partícipe y se prende en el juego. “Me siento un afortunado, en principio por los directores que me llaman para trabajar, porque me gusta trabajar cómodo, jamás tuve un problema con nadie y en algún momento he desactivado conflictos de situaciones que pudieron haber sido no tan buenas. Me resulta muy saludable no tener que litigar con nadie, llegar al teatro y disfrutar como en este caso de un grupo hermoso”, se confiesa.

-¿Es cierto que una pareja pidió que le devolvieran el valor de las entradas?

-Se ríe y asiente con la cabeza. Sí, es verdad, se presentaron en la boletería diciendo que nosotros habíamos dicho en el escenario que habíamos cometido varios errores, pero ese texto era parte de la obra. Se les reintegró el dinero… no entendieron la obra, pero nosotros nos dimos cuenta de que actuamos tan bien el error que se lo creyeron. Siempre hay anécdotas, pero ésta fue insólita. Jajaja.

-¿Van a hacer temporada de verano en Villa Carlos Paz?

-Sí, estamos muy contentos. Yo, particularmente, amo Carlos Paz porque trabajé catorce años ininterrumpidos a sala llena. Estaremos estrenando en el Teatro Candilejas.

"Prefiero no mirar televisión porque me genera mucha angustia"

El actor, quien ha sido un personaje de alta exposición en la televisión, asegura que “hace mucho tiempo que dejé de ver la tele. Me desencanté lastimosamente porque cada vez que me invitan a un programa y recorro los pasillos me genera una sensación de desolación. En mi época, te cruzabas con gente por todos lados que corría de un lado a otro con papeles en la mano, camarógrafos, productores y hoy eso ya no existe. Los pasillos son fríos y si te encontrás con alguien conocido, es una fiesta. Siento que la tele es como esa mamá que creció, envejeció, tuvo Alzehimer y cuando ve a su hijo, lo mira y le pregunta: ¿Y vos quién sos? Y pasa en todos los canales, sin excepción, y por eso que prefiero no mirar tele porque me genera mucha angustia”, se resigna con un dejo de melancolía, pero sin rencores.

-¿A qué atribuís la falta de programas de humor?  ¿Por qué ningún productor quiere invertir en la tele? ¿Es costoso? ¿Son caros los humoristas clase A?

-Son varios los motivos, pero el primero y principal es que hacer un programa de humor es muy costoso y como bien decís, el humorista es caro. Sumado a que hay que dedicarle mucho tiempo, ponerle mucha creatividad y eso implica clavar maderas, montar escenografías que van cambiando permanentemente. En la época de Gerardo Sofovich, con una sola escenografía bastaba, y hoy sería imposible. Yo fui uno de los últimos que hizo “La risa es bella”, que era un programa de sketches en Canal 9 y nos exigía mucha vertiginosidad.

-Convengamos en que la sociedad está atenta a todo lo que se dice y cómo se dice. ¿Te parece que en el humor se deben permitir ciertas licencias?

-La sociedad está muy vulnerable y las redes terminan siendo más papistas que el papa, no siempre lo que se expresa en las redes es lo que piensa la gente, pero la crítica está. Entonces los productores han querido salvaguardarse de algunos problemas. Igual hay un montón de recursos para hacer humor que no necesitan aggiornarse, es como si le dijeras a un cocinero: a partir de ahora, se cocina sin ajo. Y hay un montón de recetas para variar. El humor es una expresión artística y cada uno puede establecer su forma a través de su propio arte. En una película podés ver una o varias escenas terribles y es ficción, pero en el humor te cancelan. Quizás en el primer caso te están mostrando las secuelas de una sociedad enferma y en el humor también puede suceder que pases de la tragedia a la risa, pero lamentablemente no hay público que lo entienda así y las redes arengan a fondo con eso. Yo tuve cierta exposición cuando hacía las cámaras ocultas, pero estoy convencido de que si hay un público que lo ve, si a vos no te gusta, tenés la libertad de cambiar de canal porque hay opciones. Decir categóricamente qué está bien y qué está mal, sacar del contenido a un rengo, un flaco, un gordo, un pelado, un carilindo, de talla baja o alta… eso es discriminar.

-Al final, ¿arreglaste con Marcelo Tinelli para hacer humor político en el “Bailando”?

-Marcelo es mi amigo y me ha regalado momentos extraordinarios cuando sus programas tocaban los 50 puntos de rating y yo aprovechaba a full los 10 minutos de aire. Siempre trabajé muy cómodo y sondeábamos lo que pasaba en la calle para elegir el contenido que el público quería ver. Lo hablé con él y le dije que no me sentía tan cómodo imitando políticos porque nunca me gustó demasiado. En una época lo hice, me parecía divertido, pero honestamente siento que estoy muy feliz haciendo teatro y no quiero dividir más mi público en una sociedad tan visceral que especula si estás a favor de un candidato o de otro. Me costó mucho decirle que no a Marcelo, pero él lo entendió perfectamente. En aquella época trabajaba muchísimo afuera y necesité generar un personaje que me permitiera trabajar en Argentina y ahí pensé en que la imitación podía darme un respiro. Por eso siempre digo que el personaje de “Figuretti” fue adorablemente detestable porque viajaba por el mundo, pero no podía ver a mis afectos en la Argentina. Trabajaba 24x7 y no era vida.

-Sos muy respetuoso con el género y siempre decís que sos humorista, pero no imitador.

-Yo no me considero imitador, soy un cómico que bucea en diferentes áreas y busco hacer mi trabajo de la mejor manera. Un imitador nato saca el personaje en poco tiempo, en mi caso tengo que dedicarle varias horas de observación al personaje, aunque el efecto sea el mismo en el trabajo terminado.

Faltan cuarenta minutos para que empiece la función, Fredy ofrece y sirve otro café al mismo tiempo que pasa el mosquetero Nicolás Scarpino y saluda con beso y abrazo. Retomamos la charla para hablar de la salud de Fredy, quien en tiempos de pandemia estuvo al borde de la muerte.

-Viví en carne propia lo que significa no poder salir de una habitación, preentubado, jugando a matar o morir una noche. El médico me dijo que un día se preocupó mucho por mi estado de gravedad, pero por suerte todo terminó bien. Quizás hoy no programo tanto mi vida, no me quita el sueño no saber qué voy a hacer mañana y antes tenía el Google calendar lleno, las semanas tapadas de compromisos… hoy vivo el presente y lo disfruto muchísimo. Metas y objetivos cortos, es mi mejor plan.

¿Tenés algún hobby? ¿Qué actividades elegís para despejar la mente?

-Soy muy detallista, así que reparo varias cosas en mi casa: desde pintar una puerta a cambiar un zócalo, pintar alguna pared o arreglar un techo si me falla el techista después de varios intentos.

"Prefiero no mirar televisión porque me genera mucha angustia"

A los 54 años, revela que recién comenzó a ir al gimnasio hace cuatro años, que se levanta temprano, y que está de novio con su soledad… por ahora. Cuenta que terminó de filmar una película que se llama “El Beso de Judas”, ópera prima de Martín Marfi, con Damián de Santo, Alfredo Casero y Campi. Hincha de Estudiantes de La Plata, tiene dos hijos: Agustín, de 22 años, que es empresario gastronómico y Jazmín, de 14.

-Me llevo bien con ellos, pero no me gusta invadirlos, hablamos de todo lo que ellos me quieran contar. Ellos saben que pueden contar conmigo, pero no somos amigos.

-Sos gamer desde hace algunos años. ¿Jugás en red?

-Me encanta, me conecto desde mi casa y de repente estoy en la 2da Guerra Mundial jugando con mis amigos o a los soldaditos, como cuando tenía 5 años. Es tan real la virtualidad que, si bien no es como estar en una guerra real, las sensaciones te generan mucha adrenalina. Me gusta jugar y no propongo con eso ningún armamento para liquidar personas. En cuanto a la realidad me tiene muy mal lo que está pasando en Israel… eso no lo soporto y me duele. En un juego, nadie muere como en la vida real.

-¿Con quién te sentarías a conversar en un bar notable de Buenos Aires y por qué?

-Con Charles Chaplin, sin dudas. Yo me dediqué al humor después de haber visto a los grandes comediantes de distintas épocas… Olmedo, Porcel, Pepe Biondi, Osvaldo Pacheco, Los 3 chiflados, Benny Hill… y Chaplin, ¿a quién veía? Lo que él reflejaba era el drama de la hambruna y la gente se reía, nadie lo juzgaba y yo me considero más actor dramático que humorista. Si yo hoy me paro en la Av. 9 de Julio, me saco la plantilla del zapato, la hiervo y me tomo ese caldo sería ofensivo, pero estaría dentro del marco de suavizar el dolor con humor, porque jamás me reiría de un homeless.