Cuando el firmante de estas líneas tenía 15 años, para avisar en nuestra casa que íbamos a llegar más tarde, había que buscar en la calle un teléfono naranja, que funcionaba con cospeles que debían comprarse en un kiosko. Había que aspirar a que el mismo tenga tono y a que no le hubiesen arrancado el tubo, algo que, al menos en Flores, no era tan sencillo.