Todo comenzó cuando uno de los nenes escuchó una conversación entre sus padres, donde se transmitían la preocupación por cuestiones relacionadas con la economía familiar. Angustiado, lo charló con un compañero del colegio y, entre los dos, idearon una polémica solución: tomar los ahorros de los progenitores de su amigo para ayudarlo.

Fue entonces que, aprovechando que no había nadie en la casa, violentaron la puerta y accedieron al lugar donde estaba guardado el dinero. Lo escondieron en un auto abandonado y se fueron al colegio.

Cuando la dueña de casa ingresó a su vivienda se encontró con la puerta violentada y con el faltante de dinero. Rapidamente se dirigió hasta la subcomisaría 8ª y denunció el robo. Con las pitas que brindó, 16 horas más tarde, se pudo llegar a la resolución del caso.

Como ese día había llovido, las huellas de las marcas de las zapatillas de dos personas habían quedado grabadas sobre la puerta y sobre la tierra mojada. Cuando la mujer hizo la denuncia dejó en claro las dudas que tenía sobre el caso y, a partir de ese momento, los efectivos de la comisaría del pueblo junto a los padres se dirigieron hacia la escuela y retiraron al hijo de la mujer.

El menor negó todo pero los efectivos de la policía tomaron la huella de sus zapatillas, la cotejaron con las marcas que había en la puerta y un de ellas coincidía con las del calzado de su hijo. Con respecto a las otras marcas, la policía decidió contactarse con la familia del amigo.

El chico también negó todo al principio pero la policía, mediante el mismo mecanismo que implementaron antes, pudo constatar sus sospechas.

Horas más tarde, una de las familias se comunicó con la policía para explicar que el robo había sido resuelto ya que su hijo había confesado la forma en que sucedieron los hechos y que el dinero estaba escondido en un auto abandonado.