Vélez quedó eliminado en la segunda semifinal de la Copa Libertadores de América. En Liniers, se impuso por 2 a 1 a Peñarol.

Había arrancado ganando 1 a 0 el Manya, que jugó un gran primer tiempo. Martinuccio sorprendió a la defensa local en una mala salida y habilitó a Mier, que remató cruzado y venció a Barovero. Si el conjunto de Ricardo Gareca había sido una pila de nervios hasta allí, el tanto visitante lo transformó en una montonera. No obstante, el equipo de Aguirre se refugió más en su terreno, y uno de tantos embates de Vélez terminó empujado hasta la red por el joven Tobbio, de buen partido tras ingresar por el lesionado Cubero.

En el segundo tiempo, El Fortín siguió nervioso e impreciso, pero lo suplió (como pudo) con fervor. Su símbolo fue un Burrito Martínez empacado en gambetear rivales, pero que casi nunca terminó las jugadas bien o, como mínimo en un pase a un compañero. Cuando lo hizo (desvió con el pecho un pelotazo envenenado al área de Sosa, que Silva, con gran gesto técnico, canjeó en gol) el camino pareció abrirse para Vélez.

Cuando el partido ya se terminaba, las emociones no: un penal inexistente cobrado a Martínez le dio al goleador de Vélez la oportunidad de clasificar a su equipo a la final con Santos, pero el Pelado se resbaló en una cancha muy húmeda y la pelota se fue por arriba del arco.

Las emociones no se terminaban: un irascible Ortiz golpeó a destiempo a Martinuccio y se fue por doble amarilla. A partir de allí, Vélez deambuló por el área de Peñarol, que se atrincheró en torno a Sosa y sufrió más por lo escueto de su ventaja que por el peligro que arrimaron los locales. A la postre, Peñarol fue el justo ganador, por una uña: su mayor serenidad le dio la claridad de cabeza para aprovechar sus esforzadas virtudes que Vélez no tuvo nunca en Liniers. Vélez se va de la Copa con la cabeza bien alta, mostrando por qué es el mejor equipo argentino: sin el cansancio de los partidos cada tres días, seguramente se llevará el Clausura 2011.