Rodolfo Terragno tiene algunas características que lo singularizan respecto de la mayoría de sus pares. Está entre los políticos argentinos que más y mejores libros escribió y seguramente, entre los que más libros leyó. Escribió 20 libros y leyó “sin cuenta”, con “ese”. No es un dato menor.

Terragno es lo que se dice un intelectual, un pensador. Alguien que Raúl Alfonsín convocó a su gobierno después de leer su premonitorio libro “Argentina siglo XXI”. No era afiliado radical pero Alfonsín lo sumó porque quedó deslumbrado por la mirada estratégica de este abogado y periodista que estuvo en el exilio durante la dictadura.

Después se afilió al partido y llegó a ser su presidente. Fue diputado y senador nacional, ministro y jefe de gabinete. Es decir que pasó por el poder en dos ocasiones y salió sin una mancha, con su honradez intachable. Ya son muchos los méritos. Me pregunto si fue suficientemente reconocido.

No nos sobran dirigentes como él: honestos, defensores de la libertad y los derechos humanos y perseguidos durante la dictadura, formados en la excelencia académica, escritor, ensayista, historiador, dirigente partidario y ex funcionario.

No es casual que Gabriel García Márquez y el querido y recordado Tomás Eloy Martínez lo hayan elegido como amigo y socio de aventuras periodísticas. O que Francois Mitterrand lo haya distinguido con la “Orden Nacional al Mérito de la República Francesa”. O que haya ingresado hace poco a la Sociedad Americana de Filosofía que fue fundada por Benjamín Franklin con el objetivo de “promover el conocimiento útil”. Escuché que otras personalidades integraron esa entidad: George Washington, Thomas Jefferson mientras fue presidente de Estados Unidos, Einstein, Pasteur, Darwin y 240 premios nobel como nuestros Bernardo Houssay y Luis Federico Leloir.

¿Hace falta que le de algún dato mas para argumentar por qué creo que la mezquindad, la envidia y la mediocridad no nos han permitido a los argentinos sacarle todo el jugo posible a Terragno? Encima en estos días no anduvo desesperado buscando una candidatura.

Fue el motor de una iniciativa que vale la pena subrayar. Fue el inspirador de un acuerdo de gobernabilidad y políticas públicas que contó con el apoyo de varias de las máximas figuras políticas de todos los palos. Hablo de Binner, Stolbizer, Duhalde, Felipe Sola, Macri, María Eugenia Estensoro de la Coalición Cívica y los tres posibles candidatos del radicalismo, es decir Alfonsin, Cobos y Sanz, entre muchos otros. Fue una tarea infatigable y obsesiva que llevó adelante Rodolfo Terragno. Juntar voluntades democráticas para garantizar gobernabilidad y una agenda de estado que quede afuera de la competencia electoral. Y lo consiguió.

Demostró que hay que exterminar los odios, los rencores y las descalificaciones de la política argentina. Que solo deben quedar afuera los corruptos y los golpistas. Que hay un espacio en común que se debe construir y custodiar todos los días. Para superar los enfrentamientos y que florezcan las mejores ideas estratégicas. Fue la piedra basal de un monumento democrático que podríamos denominar “intolerancia cero”. Los consensos y el diálogo ante todo. Defender que los derechos de las mayorías no sean absolutos, que las minorías no obstruyan ilegítimamente la acción del gobierno, que se respete como algo sagrado la división de poderes, la independencia de la justicia y las garantías constitucionales, la seguridad jurídica de los contratos y las inversiones, la lucha por la transparencia en el estado y el desarrollo económico social como prioridad.

Jaime Linares, del Gen en la presentación citó al Jorge Luis Borges de “Los Conjurados” y dijo que “hombres de diversa estirpe que profesan diversas religiones y hablan en diversos idiomas han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades”. Eso logró Terragno. Mostrar el valor del arco iris, la diversidad democrática en todos sus colores contra ese blanco-negro autoritario de las dicotomías, de la lógica del amigo-enemigo. Terragno lo hizo. No estuvo solo pero marcó el camino y dio el primer paso. Demostró que se puede y que se debe.

Duhalde, Macri, Alfonsín.