Seis segundos duró el primer contacto en público entre Barack Obama y Raúl Castro. Fue en diciembre de 2013, en Johannesburgo, Sudáfrica, durante el funeral de Nelson Mandela. El efímero saludo, no exento de cordialidad, era otro paso hacia la meta que se habían propuesto en secreto: el deshielo de la relación bilateral tras más de medio siglo de desencuentros. Un año después, ambos iban a anunciar en forma simultánea y sin aviso la novedad que dejó de piedra al mundo. Algunos presidentes, en especial latinoamericanos, se ofendieron por no haberse enterado antes y por no haber sido partícipes. La mezquindad no tiene límite.
En la víspera del anuncio, en diciembre de 2014, Obama y Castro hablaron durante 45 minutos por teléfono, según un documento confidencial de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos al que tuve acceso. Era el broche de un año y medio de negociaciones. Obama se disculpó con Castro por extenderse demasiado en el diálogo. Castro le respondió con humor: “No se preocupe, señor presidente. Usted es joven y todavía tiene tiempo para romper el récord de Fidel, capaz de hablar sin parar durante siete horas”. Todo quedaba “en familia”. En la jerga presidencial, “entre nosotros”.
Comenzaban a transitar de ese modo el camino que coronó el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, con la reapertura de la embajada de su país en La Habana, después de que el canciller cubano, Bruno Rodríguez, presidiera una ceremonia similar en Washington. ¿Qué propició el acercamiento? Una alineación de estrellas políticas. Sobre todo, el cambio en la opinión pública de ambos países, en particular entre los cubanos y sus descendientes radicados en los Estados Unidos, así como la transición de Fidel Castro a su hermano Raúl, la evolución de la isla de una economía socialista a una de mercado y el rechazo de los líderes de la región al aislamiento de Cuba.
En 2009, al arribar a la Casa Blanca, Obama se propuso hablar con los enemigos de su país. Era una diferencia notoria con su antecesor, George W. Bush, autoproclamado “presidente de la guerra”. Cuatro años después, en 2013, autorizó a los suyos a explorar el diálogo con el régimen de Castro. Medió el papa Francisco a través del secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, nuncio en Venezuela entre 2009 y 2013. El primer ministro de Canadá, Stephen Harper, ejerció de anfitrión de la mayoría de las reuniones entre los emisarios norteamericanos y cubanos. La elección de ese país era lógica por ser un socio estrecho de los Estados Unidos que, como la Santa Sede, jamás rompió relaciones con Cuba.
Los primeros gestos de Obama consistieron en facilitar el envío de remesas, el comercio y los viajes. Luego iba a retirar a Cuba de la lista de países que patrocinan el terrorismo. Los Estados Unidos liberaron a tres espías cubanos. Cuba liberó a un espía norteamericano. Cada uno cumplía con su parte. El proceso avanzaba. El detonante pudo haber sido la VI Cumbre de las Américas, realizada en 2012 en Colombia. En ella, Obama asimiló el reclamo de sus pares, incluidos aliados como el dueño de casa y el presidente de México, contra el embargo comercial contra Cuba mientras Nicolás Maduro, Rafael Correa y Cristina Kirchner insistían en recordarle las intromisiones, las invasiones y el saqueo de su país en la región.
“No seamos prisioneros del pasado”, replicó Obama, sombrío. La ruptura con Cuba, el 4 de enero de 1961, databa exactamente de siete meses antes de su nacimiento, el 4 de agosto de ese año. A su regreso a Washington, Obama sustituyó como consejero de asuntos latinoamericanos a Dan Restrepo por Ricardo Zuñiga, diplomático de origen hondureño con vasta experiencia en Cuba. Debía iniciar las “discusiones exploratorias”. Zuñiga contó con la colaboración del escritor de los discursos presidenciales, Ben Rhodes. La extraña pareja aseguraba la discreción, así como los buenos oficios del papa Francisco y la disposición del primer ministro canadiense Harper.
Cuando Obama anunció la reapertura de las embajadas de Cuba en los Estados Unidos y viceversa, el 1 de julio de 2015, citó a Dwight Eisenhower. Fue el presidente que le ordenó al último embajador norteamericano, Philip Bonsal, que saliera de la isla. Quiso calmar a la oposición interna. Le dijo en forma subliminal que su país había ganado la Guerra Fría por otros medios, más allá de las cruzadas anticomunistas de presidentes republicanos como Eisenhower y Richard Nixon. En respuesta, Castro exaltó a su hermano, “el líder histórico de la revolución, Fidel Castro Ruz”, y pidió respeto a la soberanía, la igualdad entre las naciones y la autodeterminación de los pueblos. La coexistencia pacífica tenía más sentido que el antagonismo perpetuo.
 
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