MADRID.– La mancha se expande. No sólo por el desplome del precio del petróleo, del orden del 60 por ciento en un año, sino, también, por sus consecuencias. La redistribución de los beneficios entre los países productores e importadores supone una fenomenal volatilidad geopolítica por la cual pierden los vendedores, con presupuestos atados a mayores ingresos, y ganan los compradores, bendecidos por la depreciación. Eso no es todo. Las grandes compañías del sector han recortado en un año cerca de 100.000 puestos de trabajo en todo el mundo, sobre todo en las áreas de exploración, servicios y administración.
Se trata de un traslado de poder de los países productores a los consumidores, acaso una crisis de magnitud como la de 1973. En aquella ocasión, la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, integrada por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Egipto, Siria y Túnez, así como por Irán, dejaron de venderles crudo a los países que habían apoyado a Israel durante la guerra contra Egipto y Siria, llamada de Yom Kipur. Fue declarada por esos países para recuperar el Sinaí y los Altos del Golán. Entre los aliados de Israel, los Estados Unidos y Europa occidental se vieron afectados por el aumento del precio del barril.
Esta vez, con el efecto inverso del abaratamiento, la primera víctima ha sido la OPEP, entre la espada y la pared en la guerra que libran los Estados Unidos y Arabia Saudita, de un lado, y Rusia e Irán, del otro. Barack Obama ha declarado la independencia energética de su país. Está en vías de alcanzarla: obtiene con el fracking (fractura hidráulica), denostado por su impacto en el ambiente, algo así como 15 trenes de 100 vagones cada uno llenos de petróleo por día. Eso le permite regular su producción según los precios. Era el papel que desempeñaban antes los sauditas
Arabia Saudita, con las mayores reservas de petróleo convencional y las terceras de divisas del mundo, sabe que el tiempo juega a su favor, al igual que sus vecinos Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes. En el ínterin procura esmerilar a Irán y el grupo radical Estado Islámico (EI), cuyos recursos provienen de algunos pozos en su poder. Las sanciones por el programa nuclear le impiden a Irán, con las segundas reservas de petróleo convencional del planeta, desarrollar sus recursos. Ese país, Argelia, Venezuela y Nigeria no pueden sostenerse con un barril a poco más de 40 dólares. Necesitan que el precio se triplique para mantener la estabilidad interna y equilibrar sus cuentas.
Venezuela, cuyo petróleo pesado es desplazado por el liviano de los Estados Unidos, busca aire en la demanda de Asia y el intercambio con China. Petrocaribe, la alianza política creada por Hugo Chávez para venderles crudo a precio preferencial a los países del Caribe a cambio de su lealtad en los foros internacionales, está perdiendo crédito. La República Dominicana recompró a mitad de precio su deuda con Venezuela. Eso da un indicio del desgaste del gobierno de Nicolás Maduro, cuyo puntal, Cuba, recompuso las relaciones bilaterales con su principal adversario, los Estados Unidos, sin pedirle opinión.
En Irak y Libia, los gobiernos no controlan los recursos. En Nigeria, la violencia desplegada por el grupo Boko Haram, afín al EI, cerca toda posibilidad de progreso. Fuera de la OPEP, Rusia, sancionada por su incursión en Ucrania, nota que Europa y China, a veces socio, a veces rival, se aprovechan de sus dificultades económicas. En una guerra dentro de la guerra no hay códigos, sino intereses. Los mismos que priman entre los países, más allá de las coincidencias ideológicas o de los afectos personales. Ninguna bonanza de materias primas es eterna, excepto que los países hayan tenido a tiempo la astucia de diversificarse.
 
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