La cúpula de la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia, en la plaza Murillo de la ciudad de La Paz, luce un reloj exótico desde 2014: las agujas giran a la izquierda y la numeración está invertida. Los números arábigos reemplazaron a los romanos. Se trata, según el gobierno vitalicio de Evo Morales, de un signo del cambio político. Al derecho o al revés, media hora antes o media hora después, “el tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que tienen miedo, muy largo para los que se lamentan, muy corto para los que festejan, pero, para los que aman, el tiempo es eternidad”, como escribió Shakespeare.  
Los años tienen 365 días, pero pueden alcanzar 366 si son bisiestos como 2016 o, por voluntad de un gobierno, 364. Es el caso de Samoa: sus autoridades decidieron suprimir un día en el calendario en 2011. Para los 193.000 habitantes de ese archipiélago del Pacífico Sur nunca existió el 30 de diciembre de ese año. Lo pasaron de largo para incrementar el comercio con Asia, Australia y el Pacífico. Ese día no hubo efemérides del nacimiento del escritor Rudyard Kipling (1865) ni del asesinato de Rasputín (1916) ni de la ejecución de Saddam Hussein (2006).
Los samoanos se acostaron el jueves 29 de diciembre y amanecieron el sábado 31 de ese mes de 2011. Lo mismo ocurrió en los tres atolones de Tokelau, pertenecientes a Nueva Zelanda, y en la isla Kiribati. La supresión del día enervó a los fieles de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, temerosos de la represalia de Dios por atentar contra el ciclo de la creación en una semana. "Cuando es viernes aquí, es sábado en Nueva Zelanda y cuando nosotros estamos en la iglesia el domingo, ya están haciendo negocios en Australia; estamos perdiendo dos días hábiles por semana”, evaluó entonces el primer ministro samoano, Tuilaepa Sailele.
La eliminación de un día de 2011 no sólo tuvo ribetes económicos, sino, también, políticos. Si antes Samoa miraba a la costa de California, ahora mira a Pekín. Cara y cruz con Corea del Norte, cuyos relojes se retrasaron treinta minutos el 15 de agosto de 2015 para romper con "los retorcidos imperialistas japoneses”. En esa fecha se cumplían 70 años de la liberación de la península, dominada por Japón hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Kim Jong-un honró de ese modo a su abuelo, Kim Il-sung, el presidente eterno, por haber guiado las tropas.
El tiempo es relativo. Ni tienen 24 horas los días ni siete días las semanas ni 31, 30, 29 o 28 días los meses. Todos acusan defectos de fábrica. Al quinto rey de Roma, Tarquino Priscio, alias El Etrusco, se le ocurrió agrupar los días en meses. Creó un calendario de 355 días. Le puso más días a marzo, abril, quintilis (luego julio) y octubre, menos a los otros meses y condenó a la pobreza a febrero. En 1582, después de muchos retoques del calendario, el día siguiente del jueves 4 de octubre pasó a ser el viernes 15 de ese mes por decisión del papa Gregorio XIII. El calendario gregoriano sucedió desde ese momento al juliano.
Manejar el tiempo implica afirmar y legitimar el poder. En el libro Una geografía del tiempo (Siglo Veintiuno Editores), el filósofo norteamericano Robert Levine cuenta que el presidente vitalicio de Malawi, Kamuzu Banda, ejerció la medicina durante tres décadas en Escocia y que, una vez en el poder, gobernó su país “con derechos absolutos” y era “muy exigente con la puntualidad”. Tanto, agrega Levine, “que en los años setenta declaró ilegal que los relojes mostraran la hora equivocada. Había que retirar los relojes descompuestos o cubrirlos con un manto”.
Como no hay un organismo internacional que fije las horas, cada país puede manipular las manecillas del reloj a su antojo. En 2007, el entonces presidente de Venezuela, Hugo Chávez, mandó retrasar los relojes media hora, como ocho años después Corea del Norte, con la excusa de aprovechar mejor el sol y permitir que los ciudadanos pudieran dormir un rato más. Lo mismo pasa en Afganistán, la India, Myanmar (Birmania), Irán y Sri Lanka. Para complicar aún más cosas, Nepal y las Islas Chatham son los dos únicos lugares en el mundo que tienen husos horarios con cuartos de hora. Todo ocurre cuarenta y cinco minutos antes.
La mitad de los norteamericanos dice que le falta tiempo para hacer lo que desea, según Gallup. Paciencia. De la paciencia como virtud los árabes se han ganado el mote de IBM: I por In šāʾ Allāh (si Dios quiere), B por bukra (mañana) y M por maalesh. Con esa palabra, maalesh, se arregla todo. Significa no importa, no te preocupes. “Cuando te sientas dos horas junto a muchacha agradable, te parecen dos minutos; cuando te sientas dos minutos sobre una plancha caliente, te parecen dos horas”, señaló Einstein. Eso, dijo, es la relatividad, marchen hacia la derecha o hacia la izquierda las agujas de los relojes y los gobiernos.
 
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