Michelle Bachellet ya es una leyenda. Su vida es una epopeya. Acaba de consagrarse por segunda vez presidenta de Chile pese a ser mujer, socialista, agnóstica, hija de un general antidictatorial asesinado por los pinochetistas, separada y madre soltera de una de sus tres hijas. Todo eso en un país con profundas raíces conservadoras que se expresó en el 37% de los votos que sacó su vieja amiga de juegos infantiles y enemiga electoral, Evelyn Matthei. Se podría filmar una película con la vida de Michelle y titularla "Esa mujer" o "Una mujer, un pueblo", sin temor a equivocarse. Medica y socialista como su póster viviente de juventud, como Salvador Allende, ella también se destaca por su trato sencillo y afectivo, por su don de gente, por su austeridad republicana y por el amor a su pueblo pobre.

Muchos chilenos humildes que quieren que sus hijos tengan una educación gratuita y de calidad ayer votaron a Michelle como la salvadora. Como la que el destino puso ahí para continuar la tarea de aquel Salvador paloma de la paz que fue derrocado por un buitre golpista llamado Augusto Pinochet. En su último discurso antes de entregar hasta su propia vida por defender la democracia, como lo había prometido, Allende, por radio Magallanes dijo: " mucho mas temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". Y esa es la tarea para la que los chilenos eligieron por segunda vez a Michelle que había dejado la presidencia con el 80% de imagen positiva.

Ella no es una gran oradora ni alguien que concentre el poder. Todo lo contrario, le gusta la conducción colectiva y la consulta permanente a los que saben. Jamás tuvo un gesto de venganza ni quiso hacer justicia por mano propia pese a que sufrió en carne propia el horror del terrorismo de estado. Su padre, Alberto, general de la Fuerza Aérea fue asesinado en la tortura por sus mismos camaradas de armas. Ella y Angela Jeria, su madre antropóloga también fueron detenidas, torturadas y expulsadas del país. Por eso salvaron su vida. El exilio en Australia y Alemania le sirvió a Michelle para continuar estudiando y en el 79 pisó las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada. Se sentó a llorar por los austentes pero también a recibirse de medica. Fue ministra de salud de Lagos y la primera mujer, jefa de la cartera de defensa. Era emocionante verla vestida con uniforme de comando presidiendo ejercicios arriba de los vehículos militares. Una suerte de tributo a su padre. Se hizo respetar y no tuvo un solo gesto revanchista.
 
Ni siquiera con Fernado Matthei, el general amigo de su padre que integró la Junta Militar pinochetista y que es el padre de Evelyn a quien derrotó ayer por paliza en las urnas. Otro capítulo de la novela es ese. Michelle y Evelyn eran amigas en Antofagasta donde sus padres habían sido destinados. Y ayer fueron las dos candidatas de un Chile todavía muy desigual y dividido.

Michelle es firme en sus convicciones pero no es agresiva con nadie. Respeta la independencia de los poderes, dialoga con todos y carece de un patrimonio millonario. No hay una sola sospecha ni sombra de que haya cometido algún hecho de corrupción. Dejó la presidencia y salió del centro del escenario.
 
Se fue a encabezar del departamento de la mujer de las Naciones Unidas. El pueblo pobre que quiere enviar a sus hijos a la universidad, el chileno medio que quiere que sus hijos estudien y tengan igualdad de posibilidades, fue nuevamente a buscar a Michelle para sentarla en el Palacio de la Moneda. Fueron a buscar a una salvadora para que ocupe el lugar aquel Salvador. Y parece que las grandes alamedas se están abriendo.