Lo determinó un investigación que estudia hace 25 años a monos sometidos a una reducción calórica. El trabajo destaca la predisposición genética aunque aclara que comer menos mejora la vida.

Lo que había funcionado en gusanos, moscas y ratones, y también temporalmente en monos, no se confirma: comer menos no alarga la vida. Pero el tiempo que se sobreviva será mejor


El estudio que publica Nature ha seguido durante 25 años a un grupo de macacos rhesus sometidos a una restricción calórica del 30%, para concluir que no se cumple lo que se había visto en animales más sencillos, reseña hoy el El País de España que reproduce el artículo de la revista especializada.


Así que ahora el foco de la longevidad se orienta hacia otros dos factores. Uno de ellos, la predisposición genética. Y contra eso, todavía, hay poco que hacer. El otro es el tipo de alimentos, y ahí sí que se puede intervenir.


“Pensar que un simple cambio en el consumo de calorías tenía ese efecto era reseñable”, afirmó Don Ingram, un gerontólogo de la Universidad de Luisiana en Baton, que fue quien diseñó el estudio hace 30 años.


Pero la idea perduró mucho, ya que en 1989 un primer análisis descubrió que solo el 13% de los monos que tenían una dieta restringida habían fallecido a causa de enfermedades relacionadas con el envejecimiento; entre los otros, la tasa llegaba al 37%.


Sin embargo, ahora se cree que lo que ocurría era que la alimentación utilizada era insana en sí misma, así que los que comían menos estaban más protegidos.


En humanos no se han hecho más que ensayos observacionales, y no hay datos al respecto. Solo se ha visto, en general, que los que hacen una dieta adecuada en calidad y cantidad, sin excesos ni déficits, viven más.