Caprese es un municipio en la provincia italiana de Arezzo, en la que no nació la ensalada que lleva su nombre (la ensalada caprese es de Capri) pero sí fue la ciudad natal de quién le dio el segundo nombre a este municipio que hoy se denomina Caprese Michelángelo, porque allí nació el 6 de marzo de 1475… Miguel Ángel Buonarotti, o simplemente Miguel Ángel.

Tuvo una infancia complicada. Su madre, Francisca Neri, murió cuando él tenía 6 años y quedó al cuidado de una nodriza.
Su padre, Ludovico, alto funcionario del Ayuntamiento, se enojó cuando se enteró de que su hijo tenía vocaciones artísticas. Dijo: “Los artistas son trabajadores no mejores que los zapateros”. 
A los 12 años entró al taller de Doménico Ghirlandaio, un pintor florentino muy prestigioso. Él lo instruyó en la técnica del fresco, de la que Miguel Ángel se haría crack.

Fue a la Escuela de Escultura inaugurada por quien sería su protector, Lorenzo de Médici, el mandamás de Florencia, llamado grandilocuentemente Lorenzo el Magnífico. Esa escuela estaba en un jardín pegado al convento de San Marcos. Allí se forjó la esencia del gran artista del Renacimiento. Y además entró en contacto con la gente que rodeaba a Lorenzo, macanudos importantes.

Miguel Ángel fue un maestro en pintura, pero si le hubieran dado una sola opción para poner en su tarjeta de presentación hubiese elegido la de escultor.
Según su visión creadora al escultor le corresponde extraer de la piedra la realidad que se encuentra allí encerrada y mostrarla a los ojos de los demás.

Su trabajo como escultor tuvo un claro Himalaya: el David. Una creación con tendencia al gigantismo y con un cuidado extremo para una representación fiel de la anatomía masculina y la belleza humana.

Otra de sus obras cumbre fue “La Piedad”, que está en la Basílica de San Pedro. Allí la perfección del pulido eleva lo espiritual al extremo de hacer parecer al mármol de Carrara una sustancia metafísica. Esa y ninguna otra, fue la única obra que hizo en su carrera.

Se dedicó simultáneamente a la escultura, la pintura, la arquitectura y la poesía.

En cuatro años, sin mayor ayuda –como acometía sus trabajos- abrieron los frescos de la Capilla Sixtina por encargo del Papa Julio II, con el que chocó bastante.
El Papa era un mal llevado de armas tomar y ante la duda de Miguel Ángel para pintar la Capilla, lo conminó: “O pinta la capilla o mando al ejército para que invada Florencia”.

La maravilla que hizo en la Capilla Sixtina tiene varios aristas para desglosar. 

Miguel Ángel, el gran artista del Renacimiento

Miguel Ángel era un claro defensor de los desnudos en las pinturas, y no vio porqué esa idea debía truncarse en esa obra. Cuando algunos religiosos recatados observaron las desnudeces en el techo, creyeron ver al diablo en paños menores.
Sin embargo, Buonarotti no prefirió la censura. Si no les gusta, miren para otro lado.

Cuando murió Miguel Ángel y tras la firma del Concilio de Trento, los desnudos se mandaron tapar. La tarea ingrata le correspondió al pintor Danielle da Volterra, por orden del Papa Pablo IV. A partir de ahí, a Volterra se lo conoció con el infamante apodo de “il braguettone”.
El manipulable, por decirlo suavemente.

Su obra arquitectónica se puede disfrutar en la fachada de la Basílica de San Lorenzo, en Florencia, que no llegó a terminar porque antes se le venció el contrato.
Se ocupó de la cúpula de la Basílica de San Pedro, la que fue su mayor emprendimiento en este campo. 
Es más, el proyecto lo absorbió hasta su muerte.

Miguel Ángel, como muchos genios de la historia, anduvo con problemas de guita. 
Él era, esencialmente, un artista por encargo. Tuvo que marcharse a Roma para recibir varios pedidos de trabajos que pararían la olla y agigantarían su figura.

Tenía tendencia al aislamiento, su físico no era muy escultural y tenía la nariz chata por una piña que le había dado un colega celoso. 
El amigo Buonarotti era especialista en los padecimientos espirituales y existenciales. Dudaba de su obra y la vejez ayudó a incrementar esa duda.
Convivía con una permanente insatisfacción y podía cambiar muchas veces el camino de alguna de sus obras si en algún instante se le ocurría una idea mejor.

EL ENCUENTRO CON LEONARDO 

Leonardo Da Vinci paseaba con un amigo cuando varias personas que discutían sobre Dante Alighieri pidieron que se acercara para auxiliarlos. Al mismo tiempo, Miguel Ángel iba pasando por el lugar y alguien lo llamó, entonces Leonardo dijo que Miguel Ángel podría explicar lo que querían saber, a lo que él respondió: “No, explíquelo usted mismo, moldeador de caballos que, incapaz de llevarlo al bronce tuvo que abandonar tal tarea con pena”. Miguel Ángel dio media vuelta y se fue, dejando absorto a Leonardo.
La referencia era cierta, Leonardo había dejado inconclusa una obra con un caballo de arcilla y el mal llevado de Buonarotti lo dejó pagando.

EL MOISÉS

Miguel Ángel, el gran artista del Renacimiento

Dos años tardó Buonarotti en finalizar una obra por encargo que sería originalmente la tumba del Papa Julio II en la Basílica de San Pedro, pero terminó en una iglesia menor.
La obra de mármol blanco, está inspirada en la figura bíblica de Moisés, y fue a parar a la iglesia San Pietro in Víncoli, en Roma, donde aún permanece.
En 1901 fue visitada por Sigmund Freud, que terminó escribiendo una obra al respecto. 
“Ninguna otra escultura ha ejercido un efecto tan fuerte sobre mí”.
Freud deseó “comprender el misterio de la estatua”, quiso resolver un enigma. El hecho es bien conocido: Moisés, descendiendo del Sinaí con las Tablas de la Ley, distingue desde lo alto la escena de idolatría de su pueblo. Más difícil le resultó localizar el momento en el que Miguel Ángel detuvo el tiempo para inmortalizar la imagen.

SU VIDA AMOROSA

Poco se conoce de la vida íntima del artista. Pero podemos mencionar dos nombres importantes. Tommasso Cavalieri, un estudiante suyo, 40 años menor, que fue homenajeado por muchos de los sonetos que escribió Buonarotti. Era una relación platónica y no tanto.
El joven Cavalieri una vez le escribió: “Juro retornarle su amor. Jamás he amado a un hombre más de lo que lo amo”. A confesión de partes. 

El otro nombre es el de la poetisa Vittoria Colonna, marquesa de Pescara. 
También fue una especie de amor platónico, con cartas bellas de un lado hacia el otro.

Miguel Ángel Buonaroti murió en Roma, a los 89 años, el 18 de febrero de 1564. Sus restos descansan en Florencia, en la imponente Catedral de la Santa Crocce. 

Para terminar, tres frases.
“El genio es paciencia eterna”.

“La belleza es la purgación de lo superfluo”.

Y ésta, de las más bellas que se han escrito. 
“Vi el ángel en el mármol y tallé hasta que lo puse en libertad”. 

Lo que no sabía es que el ángel era él.