María Elena Walsh nació en Ramos Mejía, el primer día de febrero de 1930, cuando faltaban aún siete meses para el primer golpe militar de la historia, aquel que derrocaría a Don Hipólito Yrigoyen.

Su casa era un hogar con libros y música. Allí tocaban el piano, el violonchelo y su padre cantaba.
En un vergel de letras, cuando la adolescencia llegó, ya se había animado a escribir poemas. Y muchos, tantos como para hacer un libro. 
El diario La Nación ya había publicado varios de ellos cuando apareció “Otoño imperdonable”, ese primer manojo de papeles y tinta encuadernado para regalo.
Una jovencita que se atrevía a querer bañar la luna.

Sus ideas hechas palabras fueron recibidas con placer por muchos escritores (Borges, Neruda). 
Juan Ramón Jiménez, el español autor de “Platero y yo”, quedó tan impresionado que la invitó a Estados Unidos para que pasase allí una temporada. María Elena se decidió y lo visitó en su casa de Maryland. Allí permaneció seis meses.
Lo que prometía ser una experiencia hermosa, fue horrible. 
Un verdadero reino del revés.

El que siete años después sería el ganador del premio Nobel de Literatura, destrató a María Elena. Ella escribió sobre ese episodio: 
“Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar mi insignificancia, cubrirme de una desdicha que hoy me rebela. Me sentía averiguada y condenada. Suelo evocar con rencor a la gente que, mayor en mundo, tuvo mi verde destino entre sus manos y no hizo más que paralizarlo. Con generosa intención, con protectora conciencia, Juan Ramón me destruía, y no tenía derecho a equivocarse porque él era Juan Ramón, y yo, nadie. ¿En nombre de qué hay que perdonarlo? En nombre de lo que él es y significa, más allá del fracaso de una relación”.

A su regreso a la Argentina, se abrirían nuevas puertas.
El folklore estaba en su casa desde siempre con las voces de Yupanqui y los Hermanos Ábalos, y María Elena simplemente hizo la alquimia. 
Se fue a París junto a Leda Valladares, quien fuera su primera pareja conocida. Igual, en esos momentos no se hablaba mucho de eso, e incluso algunas de sus biografías omiten caminar por esas veredas.
María y Leda, a dúo, caminaban por las calles de París.

Con Leda Valladares
Con Leda Valladares

Allí, en la ciudad vigilada por la gran torre, grabaron un disco. Un material muy ligado al norte argentino que hicieron circular cuando volvieron al país.
El dúo Valladares-Walsh duró 12 años y editó varios discos.

En 1958, María Herminia Avellaneda, que luego sería también su pareja, le ofreció a Walsh escribir guiones de televisión para programas infantiles. Entre ellos se destacó “Buenos días Pinky”, protagonizado por Pinky y Osvaldo Pacheco, quien interpretaba a un abuelo. El programa duró solo tres meses, pero alcanzó un éxito notable, que le valió dos premios Martín Fierro (mejor programa infantil y revelación masculina para Osvaldo Pacheco) y el premio Argentores para la propia María Elena como guionista.

En el 59 estrenó la comedia musical “Los sueños del Rey Bombo”. Y llegó a la televisión con un teleteatro para niños: “Doña Disparate y Bambuco”.
Doña Disparate y Bambuco fue la última presentación juntas de Leda y María. Fue dirigida por María Herminia Avellaneda, y tuvo como protagonistas Lydia Lamaison (como Disparate) y Osvaldo Pacheco (como Bambuco). En esta obra aparecen el Mono Liso, que tendría un twist para él solo, y el personaje más paradigmático y conocido del universo infantil creado por María Elena: una tortuga llamada Manuelita.

A inicios de los años 60, consiguió un préstamo del Fondo Nacional de las Artes y publicó “Tutú Marambá”, que se convertiría en un clásico de la literatura infantil argentina.
Convivían ya la escritora y la compositora. Convivían los dones de cantarle a los niños y emocionar a los grandes.

En los años 60 aparecieron, como catarata, más libros para los niños: El reino del revés, Zoo loco, Dailan Kifki, Cuentopos de Gulubú, entre otros.

La gran explosión mediática ocurrió en 1962 con “Canciones para mirar”. Con esa aparición cayeron los muros.

A los niños se les hablaba como a niños, no como a tontos. Fuera con los conceptos estúpidos con diminutivos, historias blancas de héroes y discursos de trasnochado patriotismo. 
Su obra llamó a la imaginación, a la picardía, a los juegos verbales, a movilizar desde otro costado.
A olvidarnos del país del nomeacuerdo.

Con María Herminia Avellaneda
Con María Herminia Avellaneda

PARA GRANDES

En el 68 estrenó el espectáculo para adultos “Juguemos en el mundo”. Esa obra abriría el camino a un nuevo enfoque de la música argentina. Se lo llamó “el nuevo cancionero”.
Y tendría grandes nombres como protagonistas: Mercedes Sosa, Cuarteto Zupay y hasta el mismísimo Astor Piazzolla.

En el 71, su obra “Canciones para mirar” fue realizada por China Zorrilla y Carlos Perciavalle. 
Llegó la dictadura de Videla y María Elena fue censurada. 
En pleno Mundial ’78 declaró: “no voy a seguir componiendo ni cantando en público”.
El 16 de agosto de 1979 publicó en el suplemento de cultura de Clarín un texto titulado “Desventuras en el país Jardín de Infantes”.
“Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca, ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista!, estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo”.

Regresada la democracia fue distinguida por el Presidente Alfonsín e incluso hizo un programa de TV en Canal 7 junto a Susana Rinaldi y María Herminia Avellaneda, llamado “Como la cigarra”.
“Los que nos pidieron hacer el programa fueron los mismos que nos sacaron porque les dimos miedo”, declaró la Rinaldi tiempo después.

En 1997 apareció un disco llamado “Cantamos a María Elena Walsh”. Allí, José Luis Perales interpreta Manuelita, Patricia Sosa la Canción de la Vacuna, León Gieco la Canción del Jardinero, Baglietto hace Serenata para la tierra de uno, Palito Ortega la Canción del Jacarandá, Serrat grabó Orquesta de Señoritas y Los Pericos Canción para tomar el té …

María Elena Walsh fue una de las primeras en hablar del derecho de las mujeres, del trabajo doméstico y del machismo.
Atentos a esta brillante y avanzada declaración de principios: “Las mujeres, como los negros, los colonizados, la clase trabajadora, a medida que tomamos conciencia menos queremos dádivas. Queremos lo que nos pertenece por derecho y nos arrebatan día a día. Es decir, todo”.

María Elena habló de sus novios iniciales en una publicación de 1990 llamada “Novios de antaño” y en 2008 publicó “Fantasmas en el parque”, donde le pone nombre y apellido a su gran amor, el que la acompañó más de 30 años: Sara Facio.
Habló de ese amor como “ese amor que no se desgasta, sino que se transforma en perfecta compañía”.

María Elena Walsh murió tomada de la mano de ese amor, el 10 de enero de 2011, a los 80 años.