Sandringham es un pueblo en el norte del condado de Norfolk, en Inglaterra. Este recoveco es conocido por la Sandringham House, la casa vacacional preferida de la reina Isabel II y algunos de sus antecesores.
En ese lugar nació el primer día de julio de 1961 Diana Frances Spencer. Y nació en cuna de plata, porque su familia pertenecía a la aristocracia. 

De jovencita se volcó a sus pasiones iniciales: la natación, el piano y la danza. Tenía un atractivo muy significativo y una educación sin fisuras.

Su familia trabajaba para la familia real y un día la Reina Isabel, que era amiga de la abuela de Diana, miró a la adolescente con buenos ojos para candidata de su hijo Carlos, el príncipe de Gales.

Pero unos años antes había ocurrido una transformación. En 1975, el padre de Diana había heredado el título nobiliario de conde y desde allí a la niña se la llamaba Lady Diana Spencer.

Lo cierto es que la reina le echó el ojo y aquel dicho de “ojo y bala” funcionó. El casamiento se realizó el 29 de julio de 1981, en la Catedral San Pablo de Londres, con 3.500 personas adentro y millones afuera siguiendo el evento por la tele.

La hermosa Diana, con el rostro más regordete del que le conocemos en las fotos de sus últimos tiempos, tenía 20 años recién cumplidos y Carlos, con esa cara de asombro permanente, más parecido al actor de “La isla de Guilligan” que a un noble inglés, tenía 32.

Incluso, en la misma boda hubo un par de gestos raros cuando les preguntaron sobre el amor que los unía. Ella se mostró convencida del amor. 
Él, con esa cara siempre sonrojada, hizo un gesto inexpresivo.

Desde su llegada al palacio, Lady Di fue el foco de atracción para la prensa, se fue gestando una especie de fiebre por ella. Se copiaban sus peinados, sus vestidos. Una rock star.

En 1982 nació el primer hijo del matrimonio: Guillermo, quién llegó al mundo en medio de suspiros aliviadores, porque aseguraba la descendencia de la dinastía. El segundo hijo llegó en 1984 y se llamó Enrique. 

A mano con los nombres más bien convencionales que les pusieron a los niños, Diana se encargó de que la crianza de sus hijos transitara por el camino más común posible. Los llevaba a casas de comida rápida, a parques temáticos, ante la absorta mirada de los macanudos palaciegos.

Diana empezó a recorrer el mundo

Fue agasajada en Estados Unidos y el presidente Ronald Reagan la recibió en la Casa Blanca, donde protagonizó una escena memorable bailando con el mismísimo John Travolta, nombre top de la época.

Estaba claro el camino de la Princesa de Gales: el compromiso social. Fue una de las primeras personas conocidas en fotografiarse con un enfermo de Sida y su ayuda humanitaria llegó hasta el África, donde peleó por eliminar las minas y prohibir las armas.

Allí surgió una famosa frase: “Nunca siento miedo cuando estoy haciendo el bien”.

En el 95 vino a la República Argentina donde fue recibida por el presidente Menem. ¡Mirá si se la iba a perder! Anduvo por Puerto Madryn y pasó por Gaimán a tomar el té.

Lady Di, vela en el viento

Diana era amiga de Freddy Mercury y en sus visitas humanitarias había trabado relación con Mandela, el Dalai Lama y la Madre Teresa.

En verdad, todo el mundo quería estar cerca de ella. Tenía un particular encanto. Un ser de luz, se dice ahora. “Ayudar a los necesitados es una parte esencial de mi vida, una especie de destino”.

Las cosas en su matrimonio no marchaban muy bien, y sin demasiadas vueltas, en agosto del 96, se separaron. Pero antes había ocurrido un escándalo que la humanizó aún más.

Dio una entrevista para la BBC donde habló de todo. En una de las entrevistas más famosas y polémicas de la historia habló de su bulimia, del acoso que sufría de los paparazzi, del escaso apoyo que sentía de la Reina y de las infidelidades de su marido con su amante Camila Parker. 
Habló de un matrimonio de a tres. Y fue más allá, también habló de su acercamiento a otro hombre.

Fue un escándalo. Ese otro hombre era su instructor de equitación James Hewitt.

La reina preparó la tina para hacerse un hara kiri, pero se arrepintió y le mandó una carta terminante a Diana. Debían separarse ya mismo y terminar con la farsa.
Y allí, las cadenas que la ataban a la cama –Charly García dixit- se soltaron para siempre, un para siempre que sería más bien corto.

Una vez separada de un príncipe Carlos maltratado ya por el almanaque, inició una relación con Dodi Al Fayed, hijo de un multimillonario egipcio propietario de Harrods.

Con Dodi Al Fayed
Con Dodi Al Fayed

Y el 31 de agosto de 1997 llegó fatídicamente. Luego de una cena en el Hotel Ritz de París, subieron a un Mercedes que los iba a conducir a la casa de su novio. 

Pero sufrieron un accidente fatal en el Puente del Alma. Hubo muchas teorías, creíbles algunas, inverosímiles muchas, pero lo cierto fue que diez años después, la investigación oficial atribuyó el accidente a la conducción negligente del chofer presionado por los paparazzi que seguían al vehículo.

Lady Di murió a las 4 de la madrugada y una hora después fue entregada la noticia al mundo, que se conmovió ante la desaparición abrupta de una de las grandes personalidades del siglo 20.

La reina Isabel se negó a un funeral de estado, pero la presión de la gente por su princesa, la princesa del pueblo, torció el brazo de los nobles y los hizo cambiar de opinión.

El 6 de septiembre trasladaron su féretro a la Abadía de Westminster, mientras medio mundo lo miraba por tv.

Durante el funeral, su amigo Elton John le dedicó una canción, que de cierta manera la describía. 

Vela en el viento.