Raúl Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de 1983, después de ocho años de la dictadura genocida mas aberrante de nuestra historia y la mas brutal de todo un continente envuelto en violencia estatal.

Era una contexto complejo. Argentina fue el primer país en recuperar la vigencia de la Constitución. Chile, el vecino de al lado, recién volvió en 1989, igual que Paraguay, Brasil en el '85, como Uruguay. Todos nuestros países habían estado interconectados en materia de violencia represiva mediante el llamado "Plan Cóndor", un acuerdo colaborativo para desaparecer personas.

Por eso, el marco del regreso de la democracia en nuestro país era complejísimo. Un 15 de diciembre, a solo cinco días de iniciar su mandato, Alfonsín tomó una decisión histórica: primero, derogó la ley de autoamnistía que el último dictador, Reynaldo Bignone, había dictado para proteger a los genocidas, además, decidió que los dictadores serían juzgados por sus jueces naturales y no por la justicia militar, y por fin creó la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas, la inolvidable CONADEP.

Su composición fue además, un hecho único. Intelectuales y personas comprometidas con los derechos humanos, protagonizaron el proceso de recolección de datos sobre personas secuestradas, torturadas y asesinadas por la dictadura. Civiles de alto renombre y peso social, encabezaron el trabajo.

La presidió nada menos que Ernesto Sábato, uno de los escritores mas notables de nuestra historia. Pero además la integraron René Favaloro, Magdalena Ruíz Guiñazú, Ricardo Colombres, Eduardo Rabossi, Gregorio Klimovsky, Hilario Fernández Long, el obispo Jaime de Nevares, el rabino Marshall Meyer y el obispo metodista Carlos Gattinoni. Unos días después, se incorporó Graciela Fernandez Meijide como Secretaria de Recepción de Denuncias. 

Una excelsa pluralidad, la máxima expresión democrática de nuestra historia. Sus trabajos e investigaciones concluyeron en un documento único y enormemente extenso: el Nunca Más, cuyos testimonios y pruebas diversas fueron la base del Juicio a la Juntas.

En estas épocas de conquista de tantos derechos, vale la pena seguir contextualizando. Cuando asumió Alfonsín y esos corajudos intelectuales tomaron el desafío, hacía mas de 30 años que en la Argentina un gobierno democrático no duraba mas de tres años entre dictadura y dictadura. Nadie daba dos pesos porque el radical durase mas de ese tiempo.

Porque además, ninguno de los gobiernos democráticos de esos que duraban muy poco entre dictadura y dictadura, se animó a juzgar a los usurpadores que los precedieron.

Todos los miembros de la CONADEP corrían riesgo concreto y serio de desaparecer en el corto plazo. Eso no era una alegre conquista, la amenaza militar era concreta, los grupos tareas eran una peligrosa mano de obra desocupada.

Alfonsín prometió también (y lo hizo) "desmantelar el aparato represivo" y eso fue, porque el aparato represivo estaba totalmente vigente y activo. En ese contexto, un escritor, un cardiólogo, clérigos de diversas creencias y otros intelectuales, tomaron un compromiso cívico extraordinario, respaldados por el presidente.

Ese trabajo, su conclusión, y el Juicio a las Juntas, fueron un evento único mundial. Por primera vez, una masacre genocida y sus perpetradores, fueron juzgados por las leyes vigentes y por sus jueces naturales.

Cuando hoy marchamos por los derechos humanos, reclamamos algún derecho no reconocido como debiese, debemos ineludiblemente recordar a aquellos valientes que se erigieron desde el corazón mismo del terror y poniendo en juego sus vidas, para fundar la base de los derechos humanos en Latinoamérica.

Porque, aunque suene autoreferencial vale la pena como ejemplo: a fines del '82 y durante el '83, hasta octubre en que celebraron las elecciones, estar pintando una noche una pared por uno de los candidatos presidenciales (en aquella época se hacían "pintadas") y ver cuatro tipos en un Falcon sin patente que se paraban detrás tuyo, que en algunos casos te exhibían un arma o dos, cuando todos sabíamos lo que había pasado y seguía pasando aunque más esporádicamente, daba un poco de miedo. Eso sí, no dejábamos de pintar.

Por eso y mucho más, la CONADEP fue la cumbre del coraje cívico, la máxima expresión de la democracia y los derechos humanos que nuestra historia haya registrado.