Una noche, cuando José de San Martín encabezaba el ejército del norte, decidió presentarse sorpresivamente en la ciudad de Córdoba, únicamente con un acompañante sorprendiendo a los oficiales a cargo de la guarnición.

Reunió a los jefes y anunció que, al día siguiente, pensaba revisar las tropas que se encontraban en la plaza.

Un par de horas después, cuando ya estaba por tratar de dormir un poco, se acercó un oficial para decirle que había un pedido de reunión urgente. Le acercó un papel que decía: "Deseo hablar con el caballero don José de San Martín, NO con el general”.

Curioso, San Martín accedió y se le presentó un hombre apesadumbrado que le dijo: "Señor don José de San Martín, soy coronel pagador de los sueldos de las tropas que revistará mañana el general San Martín. Teniendo el vicio del juego, anoche perdí a las cartas los fondos destinados a la corporación. La visita del general me sorprende, cuando aún no vuelve el correo que envié a toda a toda prisa a vender todo cuanto poseo: conforme el reglamento, tendría que ser degradado en público y fusilado a continuación. No me aterraría el castigo, que merezco, si no supiera que la misma descarga que acabe conmigo terminará también con una anciana que tiene fe en mí, por que soy lo único que le queda en la vida. ¿Quiere usted, prestarme el dinero para salvarme, seguro de que no solo repondré lo perdido y nunca volveré a cometer un acto como este, si no seguro también de que dos seres rezarán eternamente por usted?".

San Martín le entregó el dinero pero le dijo: "Tome la cantidad, pero que no lo sepa nunca el general San Martín. Es un hombre capaz de fusilarnos a usted y a mí, si lo supiera".