De todos los misterios de la antigua Roma, el silfio es uno de los más intrigantes. Los romanos amaban la hierba tanto como amamos el chocolate. Usaron el silfio como perfume, como medicina, como afrodisíaco y lo convirtieron en un condimento, llamado láser, que vertían en casi todos los platos. Era tan valioso que Julio César escondió más de media tonelada en su tesoro.