(Por Esteban Jacyna) Aparece insolente en medio del valle. Tras varios días de marcha por desfiladeros y cornisas sorprende ese rastro de civilización. Se ve a la distancia, pero la larga hora de cabalgata desde que aparece a golpe de vista, hasta que uno finalmente toca sus paredes, vuelve a desacreditar nuestra capacidad para medir distancias y tiempos.

La edificación es rústica, de piedra contundente, con ventanas mínimas. Las dos plantas del edificio se elevan sobre el declive del terreno. Las cuatro aguas empinadas sugieren un clima de inclemencias y rigor.

Su función era cobijar a quienes controlaban el caudal del río Los Patos en en sus nacientes y la acumulación de nieve.
En un desierto hecho provincia saber cuanta agua se tiene es, la diferencia entre ser o no ser. Recorrer este Valle en verano, entre gramillas y pastos altos verdes y dorados puede inducir a un equívoco. Nos advierten que en invierno el paisaje muta dramáticamente. Las nieves lo cubren todo, los hielos son soberanos y ese tesoro de agua sólida será la subsistencia de los sanjuaninos, río abajo.

El refugio está a orilla de Los patos sur. El curso de agua a esta altura es apenas un arroyo fresco. Cuenca arriba esas aguas bifurcan en hilos, brotes, vegas, pequeñas cascadas que desde las cumbres; aportan todas, su mínimo caudal.
Se suman y en suma se hacen río: Los Patos, que más abajo se hará más río junto al Blanco, que más abajo se harán más río aún con el aporte del Castaño, hasta que todas esas aguas juntas parirán el caudaloso San Juan.

Estamos en la fábrica de agua.