Nació en Sala Capriasca el 29 de mayo de 1892.
Sala Capriasca está a 8 kilómetros de la ciudad de Lugano, en Suiza.
Fue la tercera hija del matrimonio formado por Alfonso Storni y Paulina Martignoni. Sus hermanas mayores han nacido muy lejos de Suiza, en la provincia de San Juan, en Argentina.
En honor a su padre, se llamó Alfonsina.

El grueso de la familia Storni tenía una sodería en San Juan y ellos fueron de los primeros en fabricar y vender hielo, toda una novedad para esa época.
En 1896 volvieron de la excursión europea, pasaron por San Juan y pronto se fueron a vivir a Rosario, donde instalaron un café en Mendoza y Constitución, el “Café Suizo”.
Alfonsina tenía 10 años y ayudaba lavando platos y sirviendo mesas.
El emprendimiento terminó en fracaso porque a Don Alfonso le gustaba mucho la bebida y ya se sabe: alcohol más negocios es igual a desastre.
En esa vida extraña que llevaba, el padre de Alfonsina apareció muerto a los 44 años en circunstancias no muy claras.
Para parar la olla, las mujeres de la familia empezaron a coser para afuera. Y a veces, mirar para adentro.

La joven Alfonsina tomó la decisión de irse de su casa buscando un empleo que la mantuviera. Consiguió una plaza como obrera en una fábrica de gorras. Y de casualidad, empezó a actuar en una obra de la que participaba su madre y hasta obtuvo elogios de un diario local.
El boca a boca llegó a Don José Tallaví, que tenía una compañía teatral y se la llevó de gira un año, haciendo obras de Íbsen, Pérez Galdós y García Lorca.
Alfonsina recién tenía 15.

En 1909 se fue a vivir sola a Coronda, la ciudad de las frutillas, y allí se recibió de maestra rural. También aparecieron algunas revistas donde empezó a publicar lo que escribía, de regreso a Rosario. 
El ambiente bohemio que la envolvía le gustaba y llegó el tiempo del primer amor: un periodista y escritor, que estaba casado.

A los 20 años viajó a Buenos Aires para probar fortuna. Se instaló en el barrio sur. El 21 de abril de 1912 nació su hijo Alejandro.
El nombre del padre de ese niño fue un secreto durante mucho tiempo, pero salió a la luz: Carlos Tercero Arguinbau, un hombre casado que ya tenía otros tres hijos.

Alfonsina trabajaba y escribía, escribía y trabajaba. Como cajera en una farmacia, después en una tienda y publicó algunas colaboraciones en la revista Caras y Caretas.
Y como “corresponsal psicológico” en Freixá Hermanos, una empresa importadora de aceite que años después crearía el famoso anís de los ocho hermanos.

En 1916, después de dar vueltas con sus poesías por todos lados, editó su primer libro: “La inquietud del rosal”. Allí hay un poema llamado “La loba” que dice: 

Yo soy como la loba. 
Quebré con el rebaño
y me fui a la montaña
fatigada del llano.
Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley.

Alfonsina Storni, mil poesías y un solo mar

El libro tuvo una opaca repercusión, pero le sirvió para empezar a juntarse con escritores, en reuniones donde ella era la única mujer.
Siguió escribiendo colaboraciones en revistas y la nombraron directora del colegio Marcos Paz, de Remedios de Escalada y Argerich, a una cuadra de Avenida Nazca, en Buenos Aires.

Ya en 1918 publicó su libro “El dulce daño”, en el que empezó a hablar de la desigualdad de sexos. Encontró por esos años una protección muy especial en su amigo José Ingenieros, el autor del fantástico libro “La evolución de las ideas argentinas”.   
Ese año recibió una medalla por su militancia antibelicista junto a Alicia Moreau de Justo y Enrique del Valle Iberlucea.

En 1919 publicó “Irremediablemente” y un año después “Languidez”. Para ese entonces, ya era una reconocida poetisa. 
Se hizo amiga de Horacio Quiroga, con el que durante una reunión se besó en medio de un juego.
Iban juntos al cine y a escuchar música, y a hacer algunas cosas más. 
Quiroga, que tenía un hijo de la misma edad que el de Alfonsina y estaba solo como ella, se fue a vivir un tiempo a Misiones y la invitó a ir con él.

Alfonsina y Horacio Quiroga
Alfonsina y Horacio Quiroga

Ella le preguntó a su amigo Benito Quinquela Martín, el famoso pintor de la Boca, y éste le respondió: ¿Con ese loco? Nooo!!.

Aunque ya era una escritora afianzada cuando apareció su libro “Ocre” en 1925, sus nervios empezaron a jugarle malas pasadas. Ella sospechaba que tenía tuberculosis y se sentía perseguida. Pero no por alguna campaña en su contra, perseguida por gente real: el portero, el florista, un anciano sentado en un banco de plaza…

Tiempo después Quiroga, el autor de “Cuentos de la selva”, volvió de Misiones y se siguieron viendo, aunque él se casó con otra. 
En 1926 conoció a un jovencísimo Manuel Mujica Láinez, que tiempo después contó:

“Solía visitar a Alfonsina en su alto y pequeño departamento de Córdoba y Esmeralda. Era muchísimo mayor que yo, desgreñada y vehemente. Una admirable poetisa, sin duda, pero los matices se me escapaban. Dejé de ir, o mejor dicho, me escabullí de su casa, espantado, el día que quiso besarme”.
Aunque 10 años después Manucho se casaría y tendría tres hijos, jamás ocultó su condición de homosexual y se paseaba ante la vista de todos con “sus sobrinos”.

Mucho se habló de que Alfonsina en esa etapa tenía una predilección por los hombres jóvenes, por los que sí se cocinaban al primer hervor.
Afirmaba: “yo considero amigo a un hombre sólo después de haberlo besado”.

Por esos años, recibió la visita de la poetisa chilena Gabriela Mistral, que la admiraba. Y escribió una obra de teatro que se estrenó el 20 de marzo de 1927 y se llamaba “El amo del mundo”. Fue tan pomposo todo, que al estreno fue el presidente de la República, Marcelo T. de Alvear, junto a su esposa la cantora portuguesa Regina Pacini, pero la crítica se ensañó con la obra y a los tres días bajó de cartel. 
¡¡Estos periodistas!!

La prensa no siempre la trató bien. Una vez en la Revista “El Hogar” escribieron éste presunto diálogo:
-Quién es esa persona delgada, de escasa estatura, con ojos rasgados y cabello gris?
-Es un hombre que ha tenido la desgracia de nacer mujer. Es Alfonsina Storni.

En noviembre del 28, se fundó la Sociedad Argentina de Escritores, presidida por Leopoldo Lugones y en la que participaban Jorge Luis Borges, Manuel Gálvez, Enrique Banchs. Ella no ingresó porque no se llevaba bien con Lugones, desde que éste no trató con benevolencia unos escritos que le había presentado.
Una vez, Don Leopoldo contó que Alfonsina, ya consagrada, le había mandado uno de sus libros con ésta dedicatoria: “A Leopoldo Lugones, que no me estima ni me quiere. Alfonsina Storni”.

Empezaron a profundizarse sus pesares y algo que la carcomía era no poder haberle dado un padre a su hijo.
Se obsesionó y se creyó observada por todos. “Todo ojo que mira me multiplica y dispersa”, escribió.
Para alejarse de los fantasmas viajó a Europa. Allí fue recibida por sus pares y reconocida en Madrid y París. Pasó por Suiza y visitó la casa que la cobijó de bebé. Y siguió escribiendo lo que sería su nuevo libro “Mundo de siete pozos”.
Su poesía trascendería los tiempos.

Cuando regresó de Europa se mudó a una pensión de la calle Rivadavia al 900, a pasos del Café Tortoni, donde se transformó en una de las animadoras de las tertulias con sus lecturas y recitados.

Sumó a sus tareas distintas colaboraciones en el diario Crítica y en La Nación, pero sentía que su cuerpo estaba enfermo. Quinquela Martín la acompañó a una consulta médica y le descubrieron un bulto en el pecho. La operaron y la noticia fue la peor: cáncer de mama con ramificaciones.

Después de la operación, la enfermedad le dio una tregua, pero cambió para siempre su estado de ánimo. Se aferró a la vida, pero no aceptó los tratamientos que se le imponían.
Un año después de aquella operación se inauguró el Obelisco en la ciudad de Buenos Aires y Alfonsina participó de algunos de los actos.

Publicó su último libro “Mascarilla y trébol”.

Alfonsina sufría de neurastenia, que en psiquiatría es un cansancio inexplicable luego de un esfuerzo mental o físico.
En un paseo por el Tigre le dijo a una amiga que esa enfermedad la iba a llevar a quitarse la vida.
La amiga le respondió: Poné toda la energía para vivir.
Y Alfonsina cerró: No me queda más, la gasté toda.

Comenzó 1938

En Piriápolis, Uruguay, se reunieron las tres grandes poetas de América: la uruguaya Juana de Ibarburu, la chilena Gabriela Mistral y la argentina Alfonsina Storni.
Ese año se suicidó Leopoldo Lugones.

El martes 18 de octubre a las 9.25 de la noche su hijo la despidió de un andén de Constitución porque ella se iba a Mar del Plata. Mientras miraba a su hijo alejarse a través del vidrio dijo “me voy contenta”.
El jueves 20 escribió todo el día, pero tuvo que parar por un fuerte dolor en el brazo.
A pesar de ese malestar logró terminar su último poema “Voy a dormir”.

A la 1 de la madrugada del martes 25 de octubre, Alfonsina salió a la calle y se dirigió hacia el mar.
Siete horas después, Atilio Pierini y Oscar Parisi, dos obreros de la Dirección de Puertos, notaron que a 200 metros del sitio en el que estaban había un cuerpo flotando en la playa La Perla.

Recién por la tarde se conoció la noticia. Su hijo Alejandro se enteró por la radio.
“Ha muerto trágicamente Alfonsina Storni, gran poetisa de América”.

Alfonsina debió arrojarse al mar desde la escollera del Club Argentino de Mujeres, porque allí fue encontrado uno de sus zapatos.
Al día siguiente su cuerpo llegó en tren a Constitución donde tuvo un recibimiento multitudinario.

Te fuiste Alfonsina, con tu soledad.