En julio del año 356 AC, en la ciudad de Pella, el rey Filipo II de Macedonia y la princesa Olimpia de Epiro tuvieron un hijo al que llamaron Alejandro.
El niño creció a la sombra de su padre el rey, pero prontamente tomó brillo propio. 
Tuvo un tutor maravilloso: Aristóteles, quién desde los 13 años lo aconsejó y preparó para la vida. Su influencia fue definitiva. Le inculcó el amor por las letras, la curiosidad y la admiración por la cultura griega.

El rey tenía un caballo extraordinario pero que era imposible de domar. El joven Alejandro pidió permiso y pudo dominarlo. Fue una prueba de fuego. El caballo se llamaba Bucéfalo y sería adorado por su nuevo protector. 
A los 18 años encabezó los ejércitos de su padre y a los 20 heredó el trono. Ya era un militar de valores destacados y un muchacho intelectualmente distinto.

El mundo, la historia y la leyenda lo conoció como Alejandro III de Macedonia o, simplemente, Alejandro Magno.

La decisión casi inmediata, una vez subido al trono, fue la conquista. Fue un arrebato que duró 8 años. Inició la guerra contra los persas, un poderoso ejército que había vencido a los griegos. 
Cruzó el Helesponto. Un estrecho de 61 kilómetros que une Europa con Asia y actualmente se llama Estrecho de los Dardanelos.
Alejandro tenía un ejército de 35.000 hombres y ese ejército estaba dotado de habilidades especiales. La primera, la genialidad de su líder.

Detengámonos un instante para descifrar a este personaje. Alejandro Magno, instruido desde pequeño en las ceremonias religiosas, estaba convencido de que su misión era de origen divino.
Por otra parte, generaba asombro su dualidad. El extraordinario estratega, astuto y prudente, era el mismo que sucumbía a su ira. Podía llegar a cometer actos crueles y hasta despreciables. 
Ejemplo: en una celebración tras una victoria, con el vino excesivo elevando los ánimos, uno de sus colaboradores cercanos le hizo recriminaciones varias, el emperador respondió y se armó una pelea que terminó mal: Alejandro mató a su colaborador, que además era su amigo. Nunca se lo pudo perdonar y vivió con ese karma todo lo que le quedaba de vida.

Volvamos. Alejandro Magno fue el primer militar moderno. Creó un sistema llamado “Falanges”. Disponía a sus tropas en el campo de batalla como un enorme erizo de largas lanzas. Esto llevaba al agotamiento del enemigo y entonces sí, llegaba la embestida final. 
Su ejército no arrastraba armamento pesado, lo que le daba una mayor velocidad de traslado. Y tenía especialistas, varios “Mac Gyver” que podían improvisar cualquier tipo de arma.

El objetivo de Alejandro era perpetuarse, por eso fundó 14 ciudades con su nombre (la principal, Alejandría en el 331 AC) en lugares bien distantes. Incluso, en el final de su campaña, fundó Bucefalía, una ciudad que llevó el nombre en honor a su caballo prodigioso.

La conquista fue descomunal: 10 millones de kilómetros cuadrados. Invadió y conquistó Persia, Babilonia (de la que se enamoró), Egipto (sin usar armas, sólo con acciones precisas nacidas de su inteligencia). Llegó a la India. “Los límites de este imperio serán los límites asignados por la divinidad a la Tierra”, dijo.

En el 327 AC se casó con Roxana, la hija del sátrapa persa Oxiartes. Sátrapas se les decían a los gobernadores de los imperios medos y persas, y ese término llegó hasta nuestros días para nombrar de modo peyorativo a los gobernantes despóticos.
Roxana no fue su única mujer.

LA LEYENDA DE ALEJANDRO Y DIÓGENES

Alejandro Magno, el primer superhéroe

Aparentemente esto ocurrió en la ciudad de Corinto. El encuentro del filósofo cínico y el hombre más poderoso del mundo. Se cuenta que mientras Diógenes estaba tomando el sol, pasó Alejandro Magno camino de la India y dirigiéndose a él, le dijo:
-Me gustaría hacer algo por usted… ¿hay algo que pueda hacer?
Diógenes le contestó:
-Muévete un poco hacia un lado porque me estás tapando el sol, eso es todo. No necesito nada más.
Alejandro dijo:
-Si tengo una nueva oportunidad de regresar a la tierra, le pediré a Dios que no me convierta otra vez en Alejandro de nuevo, sino que me convierta en Diógenes.
Diógenes se rió y dijo: -¿qué te impide serlo ahora? ¿Adónde vas?
-Voy a la India a conquistar el mundo entero.
-¿Y después qué vas a hacer? 
- Después voy a descansar.
Diógenes se rio de nuevo y dijo:
-Estás loco. Yo estoy descansando ahora; no he conquistado el mundo y no veo la necesidad de hacerlo. Si al final quieres descansar y relajarte ¿por qué no lo haces ahora? Si no descansas ahora, nunca lo harás. Morirás. Todo el mundo se muere en medio del camino, en medio del viaje.
Verdad o leyenda, la historia llegó a nuestros días.

No mucho tiempo después, Alejandro Magno enfermó gravemente y se fue a Babilonia, donde murió tras diez días de agonía. 
Tenía 33 años.

Lamentablemente, no tuvo tiempo de preparar los mecanismos de gobernación para su imperio. Murió antes, y esa muerte significó una lucha poderosa entre sus camaradas más cercanos, que terminaron derrumbando todo.

FRASES MAGNAS 

“No hay nada imposible para aquel que lo intenta”.

“Yo preferiría vivir una vida corta y llena de gloria, que una larga sumida en la oscuridad”.

“El verdadero amor nunca tiene un final feliz, porque no hay final para el amor verdadero”.

“Vamos a comportarnos de manera que todos los hombres deseen ser nuestros amigos y todos teman ser nuestros enemigos”.

“El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar”.

Alejandro Magno tuvo una vida corta, pero le alcanzaron 8 años para conquistar 10 millones de kilómetros cuadrados. Fue un estadista envidiado y admirado por todos, desde Julio César a Napoleón. Platón en su República imaginó un gobernante sabio, fuerte e inteligente y Alejandro fue el que más se le acercó a ese ideal.
Un hombre de cualidades casi sobrenaturales. 
Uno de los primeros superhéroes.