Nada asegura que haya éxito. Por el contrario, el contexto es tan complejo, que todo puede salir mal, incluso con las mejores intenciones. Sergio Massa se hizo cargo del desbarajuste mas extraordinario que haya tenido la economía argentina, lo cual es mucho decir.

Pero si bien evitó mencionarlo de ese modo, lo que el nuevo ministro describió, es ni mas ni menos que un plan económico. Desde el inicio de la gestión de Alberto Fernández, el gobierno se ufanó de no tener un plan. Martín Guzmán tenía algunos objetivos puntuales, y en algún caso los cumplió, como el acuerdo con el FMI. Pero no había un plan.

Lo que anunció la efímera Silvina Batakais, ayer emocionda en la jura de Massa por mención que de ella hizo el presidente, fueron un par de medidas de bajo vuelo, que lo que generó, fue una destrucción de las expectativas del mercado.

Massa anoche detalló un plan. Bueno o malo, se verá, eficiente o no, pero en definitiva, planteó objetivos y el camino a recorrer para alcanzarlos. Una fuerte reducción de gastos del estado, la no emisión, el cumplimiento de la meta del défit del 2,5%, los incentivos a las exportaciones, la obtención de fondos para acrecentar las reservas del Banco Central, y otros detalles descriptos por el ministro, son parte de un plan.

Y dicho plan es, ab initio, un plan antinflacionario, que es el flagelo mas desesperante para la sociedad. Insistimos, no es un análisis economicista sino político, no pretenden estas líneas prever el éxito o el fracaso de las medidas anunciadas, sino marcar la diferencia con los dos años y medio anteriores: el gobierno tiene un plan.

Y tiene, en principio, algo más: vocación de diálogo con diversos sectores de le economía. Massa mencionó su voluntad de acordar con la CGT y las cámaras empresarias, convocó a la Mesa de Enlace para diseñar políticas para el sector, es decir, buscará consensos antes que confrontación. Eso es, también, parte de un plan estratégico.

El desplazamiento de Alberto Fernández a un segundo plano y la entronización de Massa, genera legítima expectativa. El éxito es harina de otro costal porque el contexto es complejísimo y las iniciativas pueden generar un fuerte conflicto social a raíz de la enorme restricción del gasto y el ajuste tarifario que superará ampliamente el previsto. Se verá que ocurre en los primeros 100 días, del nuevo superministro, que no quiere ser llamado así.