En medio de una brutal hiperinflación que llegaba al 80% mensual en algunos casos, Raúl Alfonsín dejó el poder en julio de 1898 y lo traspasó al presidente electo, Carlos Menem. Pese a las distorsiones de la memoria, el riojano no resolvió el problema.

Desde ese momento y hasta abril de 1991, la Argentina vivió otras tres hiperinflaciones atroces. En ese fecha, después de pasar tres ministros de Economía en menos de dos años, el presidente designó en el cargo a Domingo Cavallo, que fue el artífice de la política de convertibilidad de la moneda: un peso = a un dólar.

Mas allá de la espantosa fama que hoy tiene la convertibilidad, por entonces, fue una panacea. El país y todos sus sectores sociales vivieron una época de paz económica plagada de novedades que permitieron a todos cambiar su nivel de vida. 

En la Argentina, no se conocía la compra a plazos de bienes de consumo. Todo el que ya había desarrollado su vida adulta antes de ese abril de 1991, no conocía la compra a plazos o en cuotas. No existía la posibilidad de adquirir un traje o una licudora en 6 meses mucho menos 12 o 24 meses. Ni un viaje, ni un auto, ni nada.

La enorme cantidad de productos importados que entraron al país, pusieron a la industria nacional a trabajar en competir respecto de la oferta de productos. Fue el fin del Renault 12 o el Taunus, como las variantes mas modernas que ofertaban las automotrices, por ejemplo. 

Y por cierto, terminó la inflación. Por años, los trabajadores ganaron siempre lo mismo, y los costos de sus consumos eran siempre idénticos. Las expensas, el alquiler, un kilo de papas,  y una entrada al cine, costaron, por 10 años lo mismo. 

Eso permitía planificar, saber que, con el salario, alcanzaba para la cuota de la heladera y la del viaje de vacaciones, pero no para cambiar el auto, por ejemplo, hasta que se acabaran las otras cuotas. Pero era algo diferente al ahorro, era consumo, la persona tenía el bien en su poder antes de pagarlo, mejoraba su nivel de vida.

No había ocurrido algo así en Argentina desde 1921, cuando el país abandonó otra convertivilidad, en aquel caso con el oro.

Pero claro, dicha política tenía ciertas desventajas y pasada determinada cantidad de años necesitaba correcciones. Como todo país en tiempos de inicio de la globalización, requería producir y exportar, para ganar divisas y seguir produciendo y por ende, generando trabajo. 

El Mercusor, en especial Brasil, era el principal objetivo de esas exportaciones, pero, al estar la moneda argentina atada al dólar norteamericano, nuestros productos eran muy caros para los compradores regionales. 

La industria se fue destruyendo y con ella la generación de empleo. Cuando Carlos Menem ganó la reelección en 1995, Cavallo fue a verlo con su plan de salida de la convertibilidad. Era una nueva versión, pero en lugar de 1 peso = 1 dólar, la cosa debía ser 1 peso = un promedio entre el dólar, el euro (en ese entonces velía menos que el dólar), y el real (moneda brasileña), es decir, una devaluación, fluctuante, porque el valor de esas monedas iba cambiando, pero previsible. 

El presidente riojano no quiso. La política de convertibilidad era todavía muy popular y él tenía un objetivo político: quería llegar a 1999 y tratar de obtener la re reelección. Menem no pudo hacerlo, y en sus  últimos dos años de gobierno., el país empezó a sentir violentamente el impacto de mantener una politica que requería modificaciones.

Por eso, en dicho año, la que ganó la presidencia fue la Alianza. Un acuerdo político entre el radicalismo y el Frepaso, una escisión del peronismo con tinte mas progresista. ¿Que garantías le dio la Alianza a la sociedad para poder ganar?. La promesa mas firme fue mantener la covertibilidad, y el presidente electo, Fernando De la Rúa lo hizo.

Cuando su gobierno comenzó a despedazarse, el radical convocó otra vez al ministerio de hacienda, al propio Cavallo. ¿Que sugirió el el economista cordobés de ojos saltones?. Modificar la convertibilidad e ir a la canasta de monedas que le había propuesto antes a Menem. 

De la Rúa le mostró una encuesta: el 86% de la gente no quería abandonar la política de convertibilidad. El gobierno era tan débil, que ya no estaba en condiciones de tomar una medida enormemente impopular.

El gobierno de la Alianza se desmornó, tuvo que abandonar el poder y quien lo sustituyó en el cargo, Adolfo Rodríguez Saa, si bien ordenó el default de la deuda externa, no salió de la convertibilidad. Duró una semana. Su sucesor, Eduardo Duhalde si lo hizo.

Fue sin canasta de monedas ni colchón ninguno. La llamada “pesificación asimétrica”. Es cierto, la industria empezó a recuperarse, la paridad con las monedas de países vecinos se acomodó y empezó a resurgir el empleo. Pero también la inflación. 

Desde allá hasta aquí, se desarrollo un proceso gravísimo y temible. El desempleo no está en niveles alarmantes, pero mas de la mitad de los trabajadores empleados es pobre. Una persona que gana mas de 250 mil pesos, se encuentra dentro del 10% mas rico de la Argentina, y esa cantidad de pesos, equivale a unos 700 dólares o 630 euros, el ingreso de una persona pobre en los países desarrollados. Buena parte de nuestro 10% mas rico, sería pobre en Europa o Estados Unidos.

El mecanismo de convertibilidad no fue ni ángel ni demonio. Fue una herramienta de política económica, que requería, como todas, ir modificándose para adaptarla a las necesidades sociales y al contexto económico regional. La decisión política de no hacerlo, las ambiciones humanas personales que bloquearon su adaptación, fueron las responsables del caos.

Después, el trabajo de demonización de las empresas de medios que se beneficaron con la devaluación y la pesificación asimétrica, tanto de la convertibilidad como de su creador, hicieron el resto. 

Probablemente la distancia histórica hoy, no sea suficiente para un revisionismo objetivo. Ya vendrá.