La aparición a Javier Milei hizo sonar las alarmas. Las encuestas que muestran que vamos a una elección de tercios, donde el desaforado economista tiene posibilidades ciertas de entrar al ballotage, generó un sismo. La política está en jaque, después de 30 años de cavar, esmeradamente, su propia fosa.

Fracaso tras fracaso, saqueo al estado tras saqueo al estado, torpeza tras torpeza, y un evidente declive en la calidad profesional de la dirigencia, fueron llevando a una neorme frustración social, que por ahora se mantiene sistémica, y busca por fuera del partidos tradicionales o de los "políticos profesionales" (¿que srá eso no? ¿Donde se estudiará dicha profesión?), una alternativa para poder vivir mejor.

A partir de este tipo de fenómenos, que se reproducen en muchas partes del mundo, mucho se especula en los últimos tiempos sobre el eventual “fin de la democracia”, sobre que la democracia “se devora a sí misma” y otros títulos grandilocuentes.

Sin embargo, lo que parece estarse desmoronando es un componente de la democracia moderna que es la teoría de la representación política. La democracia griega no contaba con representantes, era una democracia directa, en la que todos los ciudadanos participaban de las decisiones sobre asuntos públicos. El desarrollo de las civilizaciones, la inclusión de sectores que en época de los griegos no eran considerados “ciudadanos” y el crecimiento demográfico hizo qué en la práctica, sea imposible una democracia directa “a la griega”.

Ahora bien, la solución que el sistema democrático se dio a sí mismo fue establecer una ficción, consistente en que un grupo reducido de personas podía representar, en sus intereses y necesidades, al total. Así empezaron a desarrollarse en Inglaterra los agrupamientos de representantes de determinados sectores de interés, como los comerciantes, o los estratos más ricos e incluso en cierto momento, más cerca en el tiempo, los trabajadores.

No obstante, la idea de que una persona represente la multiplicidad de intereses contrapuestos de otros miles, no es ni puede ser más que una ficción. Pongamos el ejemplo más cercano posible: la Ciudad Autónoma de Buenos Aires tiene 25 diputados nacionales representantes del pueblo, en la Cámara de Diputados; algo así como uno por cada 100 mil electores aproximadamente.

¿Alguien puede por ventura creer, que una sola persona puede representar las necesidades e intereses cruzados de 100 mil? Imposible. Entre esos “representados” habrá muchos que quieran la legalización del aborto y otros muchos que la repudien. Centenas querrán disminuir el gasto público y otros aumentarlo; habrá quienes quieran desgravaciones impositivas y otros que pretendan que se les cobre más a los que más ganan y miles de combinaciones y variantes, porque puede haber pañuelos verdes que quieran que el gasto público crezca y otros que quieran que disminuya. ¿Cómo representaría una persona todos esas aspiraciones contrapuestas?. Es evidentemente una ficción.

Y esta, funcionó cuando se puso en marcha y hasta hace muy poco. Cuando la gente se informaba por el diario, la radio y luego la televisión, y dependía de un llamado telefónico o una reunión familiar o de amigos, para saber que pensaban unos pocos congéneres. Hablar con un amigo en España implicaba esperar que una operadora consiguiese la comunicación y demandaba un alto costo económico.

En su obra “Política y Cultura a Fines del Siglo XX”, el lingüista y pensador norteamericano Noam Chomsky describía como las elites políticas propiciaban el aislamiento de los ciudadanos, cada uno en su casa, frente a su televisor sin saber que pensaba el vecino, como forma de control social.

Sin detenernos en si era propiciado o espontáneo, así funcionaba la vida hasta hace 25 años. Internet, el desarrollo de las redes sociales y los nuevos modos de comunicación entre las personas, autogestionados, sin participación de los gobiernos o las élites, claramente ha cambiado la historia, y hoy cada persona no está frente una tele sino frente a un teléfono, interactuando con otros miles.

En 2010, cincuenta jóvenes egipcios de clase acomodada, educados en Europa y usando la red Twitter, provocaron el más fuerte cimbronazo en la región de la era moderna, la “Primavera Árabe”.

Interactuando, la gente ha entendido que no hay representantes. La misma persona insulta a un diputado por su voto en determinado tema y lo acompaña por su posición en alguna otra cuestión. En nuestro país, para peor, la selección de estos representantes se hace por listas cerradas, por lo cual cada elector pretende que todos los electos por la lista que votó represente la totalidad de sus intereses, lo que hace la ficción más disparatada. La gente en las redes increpa, interpela, exige, pide respuestas, que resulta imposible otorgarle.

Para colmo, cuando la política impulsa un cambio, lo hace siempre a medias y velando por sus propios intereses. Por ejemplo, el actual debate sobre la Boleta Única. Es cierto, ese instrumento de emisión del voto previene algún tipo de minifraude, implica menos gasto para el Estado y algún que otro beneficio mas. Pero no es una profunda reforma del sistema como se difunde. No es siquiera una mínima reforma. No abre las listas, no permite la postulación de candidatos independientes de las estructuras partidarias, no facilita ni extiende la vida de la "representación política" como sistema. En poco tiempo, la sociedad verá que nada ha cambiado, incluso con Boleta Única.

De tal modo que la teoría de la representación política ha estallado por los aires, resulta insostenible. La gente se comunica entre sí, se moviliza, recurre a la violencia, sea esta física o verbal, alentada por la masificación y desconfía de todo aquel que dice representarlos aunque haya ganado unas elecciones hace quince minutos.

Y esa explosión arrastra a la democracia tal como la conocemos. Se mencionó en los primeros párrafos, la democracia sufrió una primera gran adaptación cuando pasó de directa a representativa y perduró en esa etapa unos cuatro siglos. Llegan tiempos de un nuevo proceso de adaptación hacia otro formato que le permita la supervivencia.

Dicha adaptación no puede basarse únicamente en la modificación del instrumento de emisión del sufragio. La boleta única o el voto electrónico no resuelven este problema, sino otros, mas operativos pero también superficiales. Se trata de que la democracia se recicle y encuentre un nuevo vector, incluso cuando se trate de una nueva ficción como lo fue la representación, pero adaptada a las necesidades que crearon los nuevos mecanismos de comunicación, porque esa interacción constante y masiva, lejos de detenerse se incrementa cada día, demoliendo minuto a minuto la teoría de la representación política.

Los "inventos" como Milei u otros, también fracasaran, porque están atados a un sistema perimido que ya no funciona, y cuando ellos también defrauden ¿como se las arreglará la política? ¿Como sobrevivirá la democracia? Los tiempos de cambio se aceleran.

* Buena parte del artículo es una porción del libro "La Verdad Sobrevalorada" de Editorial La Crujía, y del mismo autor, Buenos Aires, 2021.