“Nos separó el kirchnerismo, aunque a usted le parezca mentira”, dice Raúl. Y si bien no exige el resguardo del anonimato, como cualquiera que acaba de salir de una separación lo que menos necesita es que su nombre aparezca en los diarios.

Raúl es docente, vecino del barrio del barrio de la Estación, con treinta y cinco años de matrimonio sobre el lomo. Teresa, su ex, es bibliotecaria. La política no había sido, hasta hace un tiempo, un tema de disensos profundos. “Si bien es cierto que nunca conciliamos del todo, matizábamos las diferencias con humor. Desde 2003 que veníamos complicados, cuando yo lo voté a Lunghi y mi esposa, perdón, mi ex, a Bracciale. Pero ¿qué nos íbamos a imaginar entonces cómo iba a terminar nuestra historia?”, se indaga, retóricamente, el profe de la Estación.

El cronista del Diario de Tandil, escéptico, pregunta si no había alguna cuestión más de fondo en la intimidad de la pareja. “Ninguna de las cosas que son graves para un matrimonio. Ni cuernos ni muerte sexual, por decirlo así. Nada. Veníamos bien hasta que apareció el Tuerto”. La mención a Kirchner transfigura el rostro de nuestro personaje. Después aclara que si bien no lo votó, Néstor tampoco le caía tan mal, sino que el asunto se agravó cuando llegó “la vieja” a la presidencia. “Fue un proceso lento. Teresa se fue fanatizando con Cristina al mismo ritmo con que yo me iba llenando las pelotas, con perdón por la palabra”, señala el docente.

Diecisiete meses duró el tránsito por el Monte Calvario político del matrimonio. “Lo peor es que al final ya discutíamos por cualquier cosa, pero lo más triste es que el mejor momento de la familia se arruinaba sin remedio. A la noche cuando nos sentábamos a cenar ella quería ver 678 y yo a A dos voces. Primero compartimos el control remoto, en las tandas mirábamos un rato cada uno. Hasta que inevitablemente terminábamos a las puteadas. Al final yo terminaba comiendo en la pieza, sentado en la cama mirando el otro televisor. ¿Qué pareja puede aguantar así?”, dice Raúl.

Desde la Asignación Universal por Hijo (“Que para para mí es un estímulo a la vagancia y para mi ex es la medida más progresista que hizo Cristina por los pobres”), pasando por la ley de matrimonio igualitario, la ley de medios, el cepo al dólar, la democratización de la Justicia y todas y cada una de las políticas implementadas por el kirchnerismo, el matrimonio no tuvo paz ni un solo instante de dicha. “Lo peor de todo es que yo toda la vida leí el Clarín ¿sabe? Y de un día para otro a la señora se le antojó que ese diario nunca más iba a entrar en nuestra casa. El colmo fue lo que me dijo: ‘Elegí: o Magnetto o yo’. Una locura total”.

Los cortocircuitos se hicieron cada vez más feroces. El resto de la familia comenzó a involucrarse en las disputas maritales con resultados catastróficos: Raúl se peleó con su cuñada y hasta con “mi hijo, el del medio”, que empezó a militar en la Cámpora. En un momento de la relación, el rechazo visceral y automático anuló a la fuerza de los argumentos: “Es probable que yo con Cristina tenga una cuestión de piel. Me parece arrogante y soberbia, no soporto escucharla. Pero el asunto llegó a un punto sin retorno cuando en el día sagrado de cualquier familia bien constituida, el domingo, apareció por la tele el gordo Lanata. Eso fue el acabóse, sobre todo para Teresa”, cuenta el docente. Cuando el periodista habló de la bóveda de los Kirchner en el Calafate, los cónyuges –que estaban viendo el programa cada uno en su propia televisión- se cruzaron en el pasillo que conduce al baño ladrándose con la mirada, con un odio feroz, como si fueran dos enemigos conviviendo bajo el mismo techo.

El final se precipitó con naturalidad, el día después de la conjetural bóveda; el telón cayó como una puerta vencida. “Así la cosa no daba para más. Teresa hizo el mate, nos sentamos a charlar y llegamos a la conclusión de que lo mejor era tomarnos un tiempo, por lo menos hasta ver qué nos pasaba una vez que dejáramos de pelear por política”, dice Raúl. Y lo que ocurrió, a juzgar por su propia confesión, resulta tan increíble como cierto: “A los dos nos sobrevino algo muy parecido a la paz”, revela.

El docente se fue a vivir a un departamento que había construido con la intención de alquilarlo a estudiantes. Y Teresa se quedó en su casa donde Pajarito, el canillita del barrio, ya no le pasa el Clarín bajo la puerta…

Fuente Diario de Tandil