"Si llego a encontrar algún hueco me mando”. Eso fue lo que le dijo el piloto Leandro Larriera por radio a la operadora que el martes estaba de turno en el aeropuerto de Carmelo. Fue mientras volaban sobre el Río de la Plata, instantes antes del accidente, luego de recibir la confirmación de que, por la densa niebla, las condiciones climáticas para aterrizar eran adversas.

También pocos minutos antes de que se produjera el accidente el piloto de la aeronave Beechcraft King Air B200 se había comunicado a la base de operaciones del aeropuerto (ubicado exactamente en el balneario Zagarzazú, a 8 kilómetros de Carmelo) para saber cómo estaban allí las condiciones meteorológicas para bajar en la pista de balasto, que mide 1.060 metros de largo por 28 metros de ancho. Hay que tener en cuenta que se trata de un “aeropuerto visual”, que no cuenta con aparatos electrónicos que sirvan de apoyo para los aterrizajes.

Desde su ubicación, una oficina que cuenta asimismo con comodidades para recibir a los pasajeros, la funcionaria le transmitió en forma sucinta el panorama que tenía antes sus ojos: una densa niebla cubría todo el radio de la terminal aeroportuaria. De todas formas, le dijo que saldría a la pista para confirmar si desde esa posición se veía algún claro para señalarle por dónde podía aproximarse a la pista. “La mujer le reiteró que efectivamente las condiciones para el descenso estaban complicadas”, aseguró la misma fuente.

Tras la reafirmación de la operadora sobrevino el comentario de Larriera. “Si llego a encontrar algún hueco me mando”, dijo, palabras más, palabras menos. Fue la última comunicación: desde el aeropuerto intentaron dos veces sin éxito en los siguientes cinco minutos retomar el contacto con el avión. Tampoco escucharon el ruido de motor en las inmediaciones de Zagarzazú.