En la ciudad turca de Antakya, un grupo de seis negocios de cacería, establecidos para satisfacer las necesidades de los campesinos de la provincia de Hatay, se convirtieron en un pequeño centro comercial para los combatientes que llegan desde Medio Oriente, Europa y América del Norte, con el afán de cruzar a Siria y sumarse a las milicias que conducen su jihad , la guerra santa islámica, contra el régimen de Bashar al-Assad.

Según un informe del Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización -un instituto del londinense King's College difundido el martes pasado, el número de combatientes extranjeros en la oposición siria puede elevarse hasta 11.000, incluidos 1900 europeos, 206 australianos, un centenar de canadienses y unos 60 estadounidenses.

La mayoría de ellos lucha o luchó con las organizaciones Estado Islámico de Irak y Al-Sham (EIIS) y Jabhat al-Nusra, ambas pertenecientes a la red Al-Qaeda, agregó el documento.

Su objetivo inmediato es establecer en Irak y en Sham (la expresión árabe para la región del Levante, que incluye Siria, el Líbano, Jordania, los territorios palestinos e Israel) un califato basado en una interpretación extremadamente estricta de la sharia , la ley islámica. A largo plazo, Al-Qaeda pretende unificar bajo un solo mandato religioso todos los territorios por los que se extiende la umma (comunidad o nación del islam) a través de la jihad global.

En los callejones y avenidas de Antakya, es difícil identificar a los aspirantes a convertirse en mujahidInes (combatientes de Dios).

Muchos utilizan las mismas ropas que en sus hogares de Londres, Chicago o Madrid. Los indicios están en los detalles: es el estilo, los colores, la calidad de las prendas e incluso la manera de usarlas lo que revela su procedencia. De todas maneras, se parecen a cualquier turista en una ciudad muy visitada por su antiquísimos monumentos, con sitios de peregrinaje como la caverna donde se celebró el culto cristiano por primera vez hace 2000 años.

Lo que parece delatar a algunos es que, en una época de insurrecciones populares en las que la moda camuflaje no está completa sin elementos del estilo Yasser Arafat o "Che" Guevara (o de ambos), algunos potenciales jihadadistas bajan del avión con las primeras señales del "look" rebelde. Se dejan crecer la barba y utilizan una boina o la kefiah , el pañuelo blanco y negro que hizo famoso Arafat, la cual, a pesar de que se ve con frecuencia en todas las ciudades árabes, no se utiliza aquí (Antakya pertenece a Turquía sólo desde 1938 y es mayoritariamente árabe).

Finalmente, son los propios comerciantes quienes revelan a los extranjeros que van camino de Siria: cuando el periodista de la nacion sacó la cámara para hacer algunas fotos, se generó un gran revuelo y la gente decidió expulsarlo del lugar a él y a todos los clientes sospechosos, ya que las autoridades turcas, que suelen hacerse las distraídas ante el flujo constante de nuevos jihadadistas , quieren combatir las críticas que reciben por esta actitud y envían policías a hostigar en las tiendas cada vez que les informan que hay algún periodista husmeando.

Cinco jóvenes de apariencia adolescente y anglosajona fueron también echados a la calle, sin haber podido realizar sus compras.

El aspecto jihadadistas que otorga la kefiah sirve por un rato, sin embargo, para evitar que se piense que uno es periodista, antes de sacar la cámara, claro. En una tienda, elegida al azar, se vendían desde máscaras antigás, ropa de camuflaje y telescopios hasta generadores solares y también banderas y parafernalia de los principales grupos armados rebeldes.

"No me interesa saber de dónde sos ni qué hacés aquí, estoy a tu servicio", dijo Amar, el dueño del negocio, que pensó que se trataba de un cliente más, interesado en aprovisionarse antes de entrar en Siria.

"Ésos no te interesan, ¿no?" Se refería a unas gorras de colores verde y caqui que portan emblemas del rebelde Ejército Sirio Libre (ESL). "Tendré que tirarlas o algo, ya nadie se las lleva. Sin duda, preferís algo así", dijo mientras mostró unas piezas de tela negra con el logo de EIIS, la más poderosa de las dos milicias afiliadas a Al-Qaeda.

La amabilidad se desvaneció al aparecer el artilugio fotográfico: de inmediato se armó un alboroto, varios hombres empezaron a gritar y el mayor, de unos 60 y tantos, exigió revisar las imágenes: mezquitas antiguas, el río Orontes, una señal de tráfico... nada incriminatorio. De todos modos, los informantes seguramente iban a dar parte a la policía y las ventas de la jornada se habían perdido. Echaron al indeseable. Amar había perdido toda simpatía por él: "No vuelvas... ¡y sacate esa kefiah , fanático!"..