Benedicto XVI partió el jueves por la tarde en helicóptero rumbo a Castel Gandolfo, la residencia de verano de los Papas, una suntuosa villa a 30 kilómetros de Roma, que le permitirá alejarse de la locura mediática desatada estos días en torno a su sucesor en el sillón de San Pedro.

Después, se recluirá en un monasterio del Vaticano por el resto de sus días. "El Papa vivirá en el apartamento que siempre ha ocupado. Y lo hará unos dos meses", precisó el director de las Villas Pontificias, Saverio Petrillo, durante una visita organizada la semana pasada para la prensa.

Esta villa o palacio, propiedad pontificia desde 1956, se beneficia de una posición muy particular, al estar construida sobre una cresta rocosa desde la que se contempla el lago Albano. Debe su nombre a la familia Gandolfi, que estableció sus dominios en esa zona en el siglo XII.

En la actualidad, la villa y sus jardines se extienden sobre 55 hectáreas, esto es, 11 más que el Estado del Vaticano, el más pequeño del mundo. Asimismo, la villa o palacio disfruta de extraterritorialidad. Históricamente, los Papas se albergaban en ella durante Semana Santa y el verano, para escapar de la canícula romana.

"Son imágenes sin precedentes las que contempló ayer este mundo globalizado", señaló por Continental José Ignacio López, ex vocero de Raúl Alfonsín y director de la revista Vida Nueva. En Magdalena Tempranísimo, comparó la renuncia de Ratzinger con "la intuición genial de Juan XXIII al convocar al Concilio Vaticano II. Para mí es una bisagra en la historia de la Iglesia (católica)".

Cuando le preguntaron, en una de sus últimas entrevistas, si era "lo último de lo viejo o lo primero de lo nuevo", comentó López, y Ratzinger respondió "ambas cosas". "Esta sede vacante no es por muerte de un pontífice, sino por muerte de un estilo de Papado", consideró López.