Katy Perry llenó de ritmo pop y fuegos artificiales el entretiempo del Super Bowl, un vibrante espectáculo que puso en pie al estadio de Glendale (Arizona, sureste de EEUU) con la ayuda de Lenny Kravitz y Missy Elliott.
La artista impuso un ritmo frenético, pegadizo y fresco durante los más de 10 minutos de concierto, pasando de canción en canción sin dar aliento a los más de 80.000 espectadores que rugían en el estadio.

Subida a un inmenso tigre, como si de una experta domadora se tratara, y ataviada con un vestido que imitaba las llamas del fuego, Perry comenzó su actuación cantando "Roar", uno de los éxitos de su último disco "Prism", mientras avanzada en un mar de bolas iluminadas.