Por Laura Caragliano



Hay productos que por el sólo nombrar su marca ya sabemos que nos van a gustar. Todos hemos entrado alguna vez al supermercado casi a ciegas buscando un producto nuevo que sacó nuestra marca favorita porque conocemos su calidad y sabemos que todo lo que fabriquen es bueno. Lo mismo pasa con el sello Cibrián – Mahler, ya no importa el título que tenga la obra, la gente compra la propuesta igual.
Porque esta fábrica de ilusiones y talentos lleva más de 20 años en el mercado, desde aquel Drácula estrenado en el Luna Park al entrañable Jorobado de París que se estrenó en la calle Corrientes.

Cuando los primeros acordes de la orquesta Mahler comienzan a sonar la magia invade el teatro presidente Alvear. Los zapatos resuenan en las tablas del escenario porque el elenco ya empezó a desplegar sus movimientos. El vestuario de Alfredo Miranda resalta los personajes que nos harán viajar a través de la historia del Jorobado de París.

Nacho Mintz representa al sufrido Quasimodo, una voz única con la dulzura de un personaje de Disney y la fuerza de un cantante de ópera.
Aplausos extras para Diego Duarte Conde que hace vibrar las butacas del teatro al darle vida a Claudio Frollo, miembro eclesiástico a cargo de la Catedral que enloquecerá de amor por Esmeralda (Florencia Spinelli).

La pieza aborda como tema la libertad del hombre más allá de su belleza exterior. Refiere a un ser que siendo marginado por el mundo que lo rodea, encuentra la paz a través del amor más puro, el amor incondicional, aquel que no pide nada a cambio, aún a costa de ofrecer su propia vida.

Cibrián al terminar la obra toma el micrófono para agradecer al público y a sus colaboradores por la obra y reflexiona: “El público se conmueve muchísimo porque sigue creyendo a pesar de todo. El hombre necesita creer, tener fe y alegría.”