Uruguay padeció, como dicta su historia, pero al final superó a una Corea del Sur que era inofensiva en la primera parte, hasta que el equipo celeste lo dejó crecer.

El conjunto del Maestro Tabárez arrancó haciendo todo bien, y encontró enseguida el premio: a los 8 minutos, Luis Suárez puso en ventaja a los rioplatenses.

Sin embargo, a partir de allí, Uruguay se desentendió del partido y les regaló campo y pelota a los surcoreanos, en una demostración más del atavismo histórico (¿temor? ¿falta de confianza? ¿confianza en una épica del aguante charrúa inventada a partir del Maracanazo?) que tantas veces perjudica a sus selecciones.

Y Uruguay pagó por amarrete: en el resto del primer tiempo, vio cómo una Corea inofensiva se acercaba cada vez más a Muslera.

En el segundo tiempo, lo que era un repliegue injustificado pero ordenado se convirtió en una desbandada, y Corea del Sur dispuso de ocasiones múltiples e inmejorables para empatar el partido.

Sólo el gol de los coreanos (marcó el goleador Chungyong a los 23') sacó a los uruguayos de esa postura suicida.

Ahí, los celestes salieron a buscar otra vez y enseguida encontraron el premio: el errático pero contundente Suárez (uno de los goleadores del torneo, con 3 tantos) marcó a los 35' para que el alma les volviera al cuerpo a sus hinchas.

Todavía quedó tiempo para que la defensa oriental tirara mal el off side y otra vez los coreanos mostraran su impericia en los últimos metros.

Así, Uruguay pasó a cuartos de final de un Mundial por primera vez desde México 1970, con enormes chances de pasar a semifinales, ya que dirimirá la próxima llave con los sólidos pero poco inspirados Estados Unidos y al único y anémico sobreviviente africano en la Copa, Ghana.

Pero los jugadores tendrán que tener en cuenta que, con esta actitud, ante rivales de jerarquía mundial, será casi imposible que devuelvan a Uruguay a los primerísimos planos mundiales.