Nadie puede estar seguro si los pasos necesarios para alcanzar los objetivos estratégicos de la comunicación presidencial se están cumpliendo, simplemente porque no se saben cuales son y está bien que así sea, dichos objetivos forman parte de una elaboración que el entorno íntimo del presidente lleva a cabo y ejecuta en reserva.

Pero en cuanto a los objetivos táctictos, que en general, hilvanados conducen a la obtención del objetivo estratégico, la cosa no parece ir de lo mejor. 

Digamos que es un objetivo estratégico obtener el favor de Europa de modo de conducir al resultado de la renegociación de la deuda. Ese objetivo seguramente tenga varias patas, una de ellas la comunicación. Esa comunicación no es solamente el vínculo con los medios, es cada gesto, cada discurso, cada expresión del presidente.

El análisis de los movimientos tácticos en el caso de Alberto Fernández, es realmente confuso. Tratar de agradar al presidente del Gobierno español, agrediendo a brasileños y mexicanos, con una frase que poco la aporta a los españoles, es por lo menos poco recomendable.

Tratar de comprar vacunas en Israel y emitir una condena desde Cancillería por sus acciones en un conflicto regional, tampoco parece ser lo mas recomedable.

En realidad, da la sensación que el presidente desdeña un sistema de comunicación profesional y prefiere ser "espontáneo", lo que le genera una serie de problemas interminables, especilamente si uno le suma a los ejemplos enunciados, los posteos de Twitter, vacunando gorilas y otras yerbas.

Todo lo que un presidente dice o hace, debe estar enmarcado en una estrategia comunicacional que a su vez debe estar contenida por un estrategia política general. Cada movimiento es una jugada de ajedrez, no puede parecer un comentario en la mesa de una bar de la Avenida Corrientes.

La herramienta comunicacional es fundamental para gobernar, para convencer, para mantener la legitimidad entre la población, debe prevenir al menos, los errores innecesarios. Es un modo clave de cuidar al presidente, incluso cuando se niegue a ser cuidado, incluso cuando haya que cuidarlo de él mismo.