Todos los clubes del fútbol argentino tienen una identidad arraigada. En algunos casos, esa identidad tiene que ver con una forma innegociable de ver el fútbol. Un estilo que los hinchas no quieren cambiar. En otros, la identidad pasa por la apuesta por juveniles, o por el contrario, por el eclecticismo y la adaptación a diferentes estilos.

Pero, ¿que sucede cuando las ideas de un entrenador chocan de frente y de modo casi irreconciliable con la filosofía de juego que identifica a una institución? La identificación de los hinchas de un club con una idea futbolística o con un estilo específico no es caprichosa.

De ningún modo puede despreciarse en núcleos donde se ponen en juego cuestiones tan diversas y emocionales algo tan determinante como la identidad. Una institución es lo que es por lo que lo caracteriza, y como en todo aspecto de la vida, también por oposición. Se es de determinada manera y se marca la diferenciación con el camino opuesto.

Además, esa identidad futbolera suele tener un origen claro: se forja a partir de los éxitos. Toda institución tiene su grandeza, basada en sus logros. Si esos logros se consiguieron exclusivamente con la puesta en práctica de un estilo específico, por qué pretender que el fanático, que ha observado a aquella como la fórmula más positiva, quiera cambiar.

Hay muchos casos a lo largo de la historia del fútbol argentino de entrenadores contratados para un club cuya filosofía chocaba con su modo de ver el juego. De hecho, hay casos actuales.

Según interpretan muchísimos hinchas, Julio Cesar Falcioni y Germán Burgos, por ejemplo, no comparten ese estilo tradicional de las instituciones que defienden. Todo se resume en frases del estilo de “Acá no se juega así”, o “Acá hay que salir a jugar de tal modo”. Podría asociarse tal cuestión a una ilusa idea lírica o romántica del deporte. De hecho se hace, con el fin de desacreditar a un estilo.

Se argumenta muchas veces que no se puede mantener esa idea histórica porque no se cuenta con los recursos de otros tiempos. Pero, la historia no pasa por ahí, y el caso de Estudiantes de La Plata es el mejor ejemplo de esto. Probablemente no exista en la Argentina una escuela tan definida y un estilo tan arraigado como el de Estudiantes.

Seguramente, tampoco sean muchas las instituciones en el mundo donde entre los hinchas reine una unanimidad casi absoluta respecto de la filosofía a seguir. El Pincha es gigante por respetar a sus ídolos, por mantener viva la llama de Osvaldo Zubeldía, de Carlos Salvador Bilardo y de Alejandro Sabella, entre tantos otros. Distintos, pero parecidos. Criados en la misma escuela.

Cuando al conjunto platense lo dirigieron entrenadores como Gabriel Milito o Lucas Bernardi, independientemente de los resultados, su gente bramó por algo distinto. Se cantó, se rogó y se imploró por entrenadores “de la casa”, que entendieran de qué se trataba la institución. Y una vez que directores técnicos que respondían a estas características asumieron el cargo, fueron apoyados con un énfasis único, aún cuando los resultados, como sucedió con la gestión de Leandro Benítez o Leandro Desábato, no hayan sido notoriamente exitosos.

Los resultados maquillan la cuestión por un tiempo. Pero a diferencia de lo que puede suceder con técnicos afines, la crítica se estaciona, vuelve a punto cero; son siempre exactamente las mismas que las que se les hacía el día que llegaron al club.

Ir en contra de algo tan intangible y decisivo en un club como la identidad es muy complejo, porque ante el fracaso deportivo, el hincha se siente vacío. Carece de la alegría propia del triunfo y no ve en la cancha reflejadas esas características y esos detalles que lo diferencian de los demás, que lo hacen único.

Juan Ignacio Minotti