Todo jugador de élite que cumple cierta cantidad de años y repiensa su futuro despierta la ilusión de los hinchas del club donde debutó. El sueño de volver a tener al talentoso que se fue muy joven a buscar prosperidad económica y alta competencia, es indetenible para los más fanáticos. Pero no necesariamente es razonable.

Sergio Agüero le debe a Independiente nada más y nada menos que la verdad. Creer que porque se formó futbolísticamente en una institución debe regresar a la misma en algún momento sí o sí, es absolutamente erróneo.

La relación entre los clubes y los futbolistas es laboral y profesional. No existe obligación alguna de retribuir más que con el cumplimiento del contrato firmado. Más aún, el delantero le dejó al club de Avellaneda 28 millones de dólares en su transferencia al Atlético Madrid, que sirvieron para que el Rojo renueve su cancha.

Pero, el fútbol es una disciplina que funciona gracias al movimiento de las emociones más profundas de mucha gente. Cuando se abandona el rol profesional para interpelar el corazón de los hinchas, por convencimiento, por pasión o por conveniencia, las circunstancias cambian radicalmente.

Agüero se fue del Rojo con la edad de un adolescente, con la promesa de regresar pronto. Y por supuesto que ese chico que se transformó en uno de los mejores jugadores del mundo, tiene derecho a cambiar de opinión.

Definitivamente puede haber encontrado miles de razones para vivir fuera del país, cobrar mucho más dinero y hasta puede y debe tener argumentos más que sólidos para no regresar puntualmente a un club acéfalo, como lo es Independiente.

Pero la promesa ya está hecha. Y en una profesión que tiene tanta ligazón con el sentir popular, tras la promesa hecha por absoluta decisión personal, el Kun le debe a Independiente una sinceridad abierta.

Sabido es que el jugador del Manchester City desde hace años dejó de referirse al club del que salió. De aquel joven que festejó con una bandera con el escudo del Rojo su primer título en Inglaterra, al que hoy elige omitir el saludo en el cumpleaños de la institución, casi no mencionar el nombre del equipo y poner como condición para brindar entrevistas que no le pregunten por Independiente, mucho ha cambiado.

Nada lo ataría a dicha institución si él mismo no hubiese dicho, por ejemplo, que regresaría al club a los 28 años. Con esa afirmación tan poderosa, adquirió un compromiso que puede saldarse muy fácilmente: con la verdad. Manifestar públicamente que su deseo no es volver al Rey de Copas en este momento, le quitaría un peso de encima a futuro y lo colocaría en un lugar distinto ante la institución a la que le realizó la promesa. Si quiere, inclusive, podría contar brevemente el por qué de su determinación.

¿Quién podría cuestionarle que dadas las circunstancias de su vida actual quiera vivir y desarrollarse hasta empresarialmente en otro país? ¿Quién le debatiría el hecho de que tras cinco temporadas en España y 10 en Inglaterra no quiera movilizar a sus afectos y hasta sus bienes personales de continente? Es de necios no comprender que las circunstancias de un ser humano pueden cambiar en casi 15 años.

Tan de necios, como no entender que el fútbol conserva una épica y un romance impropio de los tiempos y que si bien debe adaptarse, si se juega dichos componentes en la multitud, se generará una expectativa que puede decantar en dolor y decepción. Nuevamente, es posible que sea necesarios bajarles este tipo de condiciones dramáticas a un deporte, pero si se apela al romance para conmover a la multitud, lo más probable es que la respuesta sea una esperanza romántica.

Sin perjuicio de todo esto al Rojo le cabrán varios análisis internos. Hace un tiempo, el arquero de Aston Villa, Emiliano Martínez, afirmó que era fanático de Independiente de chico, pero que algunos desmándenos dirigenciales lo hicieron perder la pasión. Algunos hinchas se enojaron.

Pero el Rey de Copas debe preguntarse qué no hizo para que vuelva Agüero y más aún: que sí hizo para que no vuelva y para que Martínez sienta lo que expresó. Ese interrogante debe interpelar no sólo a los dirigentes, sino también a los socios que los eligieron.