Por Juan Ignacio Minotti. 

La gente que no es del fútbol supone que después de una victoria lo más probable es que haya otra victoria. Los futboleros, en cambio, sabemos cuánto dolor nos aguarda siempre en el futuro. Y si no es dolor, por lo menos, cuánta incertidumbre. Que los partidos no se ganan por currículum. Que hay seis millones de cosas que pueden salir mal en un partido. Que el fútbol es cualquier cosa menos justo”.

Con la prosa justa y la precisión de un neurocirujano Eduardo Sacheri describió la dinámica del fútbol en su fabuloso relato “22 de junio de 1986”. Pero, a pesar de comprender o no el sinfín de posibilidades en un encuentro del deporte más popular del mundo, cualquier futbolero realiza una previsión de las probabilidades de triunfo de su equipo, en base al menos a un mínimo de lógica. Si un equipo va puntero y viene de ganar 6 a 0 lleva las de ganar. Si perdió 7 a 1 no puede ser el mejor del campeonato. Y si fue goleado bruscamente, sería raro que la semana siguiente gane y haga tres goles.

Sin embargo, ahí está el futbol argentino y su sorprendente irregularidad para demostrar lo contrario. Hay quienes aseguran que todo es producto de un pésimo momento. Algunos afirman que ningún equipo juega bien, que todos los partidos son flojos y que la competitividad es baja. Todo apuntalado por la crisis económica nacional y la falta de motivación para invertir resultante de la anulación de los descensos.

Otros consideran que si bien esta última parte es cierta, el fútbol argentino se las ingenia para entregar encuentros entretenidos y equipos de alto vuelo. Pero hay una cuestión sobre la que casi existe unanimidad: la falta de constancia. Las altas y bajas en los rendimientos de los equipos son notorias. Y la evidencia de tal cuestión en resultados abultados hace más sencilla la observación.

Vélez, por ejemplo, llegaba a la cuarta fecha con puntaje ideal para recibir a Boca, quien venía de empatar y estar cerca de la derrota contra Sarmiento y de ganarle pidiendo la hora a Claypole, de la Primera C, por Copa Argentina. El Fortín perdió 7 a 1. Venía firme, es cierto, pero cualquiera podría suponer que atrás de semejante cachetazo vendría una decaída. Por el contrario, fue a Córdoba y le ganó al difícil Talleres y posteriormente derrotó al otro líder de la zona: Independiente.

A su vez, Sarmiento, que no había ganado nunca en el torneo, llegó al Libertadores de América en la fecha 5 y perdió con el Rojo 6 a 0. La semana siguiente, tras la goleada y sin haber podido sumar nunca de a tres, recibió a Defensa y Justica, último campeón de la Copa Sudamericana y tercero en la Zona B, con ocho bajas por COVID-19. Le ganó 3 a 1 con total autoridad.

Incluso River, el mejor equipo de Argentina, que, en consecuencia, suele jugar muchas más veces bien que mal entra, al menos desde los resultados, en esa dinámica llamativa. Triunfo 5 a 0 ante Racing en la Supercopa Argentina, derrota como local ante Argentinos Juniors, empate en el Superclásico y nueva goleada 6 a 1 de visitante frente a Godoy Cruz.

Existen otros muchos casos que podrían continuar graficando el fenómeno. Podría creerse que la variabilidad se debe a que, ante la anulación de los descensos, los clubes le permiten a los entrenadores continuar en sus cargos y revertir los malos resultados. Sin embargo, en 2020, sin descensos ni promedios, 13 de los 24 equipos tuvieron movimientos en su dirección técnica. También puede considerarse que esa ausencia de presión facilita que los equipos denominados chicos adopten ideas más osadas, que los expongan a resultados abultados en contra si no salen, y les traigan triunfos grandilocuentes si son efectivas.

Es difícil de comprobar, pero es cierto que entre ese aspecto y la proliferación de copas por sobre la liga los equipos de menor presupuesto han podido emparejar un poco la diferencia con algunos de los grandes. Tigre le arrebató a Boca la final de la Copa de la Superliga, en la final de la Copa Argentina 2019 se enfrentaron River y Central Córdoba, recién ascendido y en la final de la Copa Diego Armando Maradona chocaron el Xeneize y Banfield.

Pero la irregularidad no solo afecta a los equipos chicos. Boca goleó a Vélez 7 a 1, empató en el clásico frente a River y perdió sin patear al arco frente a Talleres. Independiente, tras ganarle 6 a 0 a Sarmiento cayó con Vélez, sin atacar durante 40 de los 45 minutos del segundo tiempo. Lo concreto es que esperar un resultado determinado basado en antecedentes cercanos es cada más complejo.

Da la sensación de que para analizar procesos, tanto en el mundo como en la Argentina el fútbol tiende hacia un lugar de mayor previsibilidad: aquellas instituciones ordenadas que plantean un trabajo coherente y conjunto en todas sus áreas, tienen más posibilidades de éxito que las que no trabajan de ese modo, independientemente de su chapa y su historia. Pero en el análisis cortoplacista de los resultados y los rendimientos, aquel más propio de lo que sucede partido a partido, lo esperable parece ocurrir cada vez menos.