No sorprenden los privilegios en el fútbol argentino. Con todas las cosas que han sucedido en los diversos órdenes, no es llamativo que haya hinchas de primera e hinchas de segunda. Incluso cuando los de esta segunda categoría sean los que sostienen económicamente al club. 

La prohibición de público en los estadios, como consecuencia absolutamente racional de la pandemia, alcanza a algunos pero no a todos. Y el grupo de los que se saltan las normas es cada vez más grande. Muchos hinchas y socios desean volver a ver a sus equipos en una cancha de fútbol. 

Por eso, y por amor a las instituciones, cientos de miles han pagado la cuota social de sus clubes y hasta abonos a plateas sin recibir contraprestación alguna. Existe un impedimento legal que tiene su fundamento incuestionable: la necesidad de medidas especiales por la crisis sanitaria. 

A pesar de ello, el número de personas en los estadios crece partido a partido. Y el comportamiento de esas personas es cada vez más vergonzoso. En el contexto en el que se juega al fútbol en nuestro país, en los estadios solo debería haber personal de seguridad, médicos, periodistas y dirigentes. 

Ya es discutible la presencia de familiares de los futbolistas. Sin embargo, el número supera ampliamente lo previsto en cuanto a esas profesiones esenciales, y el comportamiento es absolutamente impropio de cualquiera de las tareas mencionadas. 

Los “allegados” aplauden, cantan canciones, gritan, presionan al árbitro, insultan a los futbolistas y se cruzan con las delegaciones rivales. Un verdadero bochorno. Para poner dos ejemplos concretos, en el encuentro de la semana pasada en Mendoza entre Godoy Cruz y River, Germán Delfino debió parar el partido por el griterío incivilizado de una platea casi llena. “¿Juegan con público acá?”, se preguntó incrédulo el árbitro, ante el accionar inverosímil de los presentes. 

Al terminar el encuentro, José Mansu, presidente del equipo tombino fue increpado por hinchas que se encontraban indebidamente en la platea. Los reclamos subieron de tono hasta que intervino personal policial. 

En el partido entre Boca y Defensores de Belgrano jugado en el Estadio Ciudad de La Plata, la cuestión fue aún más bochornosa. El comportamiento de los “allegados” fue casi barrabrava. De arranque, cuando los equipos salieron a calentar se escuchó una estruendosa ovación de ambos lados. 

Al comenzar el encuentro se repitió el accionar de tantos otros previos: insultos a Mauro Vigliano, pedidos de tarjeta, reclamos a jugadores rivales por considerar que estaban simulando, etc. Pero en el segundo tiempo todo se desmadró. Lo que comenzó con cánticos de los “allegados” de Boca dirigidos a River, en referencia a su paso por la B Nacional, devino en el clásico “Vos sos de la B”, entonado hacia la delegación de Defensores de Belgrano. 

La respuesta no se hizo esperar y se comenzó un duelo de cánticos, cuya tensión creció hasta el insulto personalizado y prácticamente cara a cara. Varios policías, lógicamente no preparados para tener que intervenir en un duelo de hinchadas, separaron lo que pudo llegar a mayores. Con el clima más calmo se metieron en la platea y enfrentaron uno a uno a los “allegados” para pedirles calma. Incluso, uno de los efectivos le retiró una bebida, previo a olerla para identificar si tenía contenido alcohólico, a uno de los presentes en la tribuna de Boca. 

La amenaza de la segunda ola es inminente, junto con las potenciales medidas consecuentes para tomar resguardo. Sin embargo, en algunos ámbitos reina la impunidad. Aun si todos los presentes hubiesen estado autorizados para ingresar, lo hacen por cumplir un rol esencial. 

Es impermisible que se comporten violentamente. Será motivo de otra nota si el fútbol legitima la violencia verbal como parte del folklore o si aún así debería ser castigada, como el desarrollo cultural mundial así lo indica. Pero de ningún modo puede permitirse que se comporten del modo descrito aquellos que ingresan a un estadio pura y exclusivamente por la esencialidad de su presencia. Ni que ingresen quienes no tienen nada que hacer mientras que quienes hacen lo que es debido sufren desde sus casas.