El fantástico historiador Eric Hobsbawn utilizó durante toda su obra una palabra específica para definir aquellos momentos de ruptura en la historia humana. Aquellos en los que todo cambió: el momento exacto en el que se produce un hecho sin precedentes que realiza una modificación determinante en algún aspecto de la vida del hombre; social, político, económico.

Ayer en Avellaneda se produjo un cisma, una ruptura ineludible en el fútbol argentino. Es cierto, en el reino del “Todo Pasa”, se han visto varios hechos bochornosos y las cosas continuaron como si nada. El arbitraje de Gabriel Brazenas en el recordado Vélez – Huracán que definió el Clausura 2009 o aquel referato de Diego Ceballos en la final de la Copa Argentina 2015.

Todos esos casos son semejantes al de Mauro Vigliano en Racing – Independiente. Todos árbitros de bajo nivel pero de mediana aceptación, que fueron designados para un partido en el cual su carrera terminó por propia decisión.

Sin embargo, las características de este último caso hacen todo más burdo. Las implicancias políticas, dentro del mundo del fútbol y a nivel nacional, los mensajes “encriptados” que puede decodificar un niño en edad preescolar y el hecho fundamental del cobro en el último instante.

Casi como un cuento de Roberto Fontanarrosa o de Alejandro Dolina. Uno de esos tantos que relatan la historia de una cancha en la que no se podía ganar, un partido que sí o sí tenía que salir de algún modo.

Todo futbolero ha escuchado alguna historia del futbol amateur con matices similares. La misma se resume con la frase en tono de pregunta “¿Muchachos, como quieren que cobre penal si no pisaron el área?”. En muchos partidos del ascenso que no cuentan con la bendición de la televisación masiva se han visto durante el último tiempo acciones bochornosas. Y al investigar un poco cual es el equipo que resultó beneficiado, las implicancias aterran.

El futbolero promedio prefiere, seguramente de forma indebida, ahogar la pena de la desilusión en una risa apagada, incrédula. Porque eso es lo que sucede. El hincha no quiere creer. Quiere soñar con ese mundo alrededor de la pelota con el que creció de chico. Ese en el cual todo se puede: desde hacer un gol de chilena en el patio de un recreo y ganarle al grado de los chicos más grandes, hasta progresar socialmente y ayudar a la familia a partir del fútbol.

El profesionalismo tiene muchos matices que quitan algo de esa pureza infantil, pero un pequeño atisbo de esa ilusión vive en el corazón de todo hincha. O vivía. Aquella letra fantástica de Reinaldo Yiso, “El sueño del pibe” que inmortalizaron tantos artistas y hasta cantó de forma majestuosa alguna vez el propio Diego Armando Maradona, es el resumen perfecto de lo que todo fanático ve en el fútbol.

Por eso el cisma. Por eso el quiebre. Porque esa ilusión ha muerto. Porque ha quedado demostrado que todo lo que hay detrás de lo que sucede en el césped pesa mucho más que aquello por lo que el futbolero se permite soñar con lo que sea. Porque en el segundo partido más popular del país se vio un despojo inédito.

Porque en los tiempos que corren, quienes mandan tienden a buscar correr los límites de su poder permanentemente. Pero la paciencia se dobla y se estira, la ilusión se quiebra irremediablemente. Es momento de un cambio total.