El análisis de su propia realidad por parte de cada uno de los líderes de las agrupaciones con poder político en la Argentina, fue determinante en la elaboración del discurso de apertura de las sesiones legislativas que se dieron esta semana, especialmente por parte del presidente Alberto Fernández y el Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta.

Los distintos métodos de medición de la temperatura social a los que accede Alberto Fernández, arrojan algunos datos incontrastables. La imagen presidencial no pasa por su mejor momento. El modo en que se compuso la alianza oficialista, le da una gran relevancia a los votantes aportados por la presencia de Sergio Massa en el Frente de Todos. Posiblemente el presidente de la Cámara de Diputados, haya traído consigo un 10% de votos no peronistas decepcionados con el gobierno de Mauricio Macri.

Nadie puede saber si dicho 10% dejó de creer en Massa, pero todos los indicios, mediciones y estudios técnicos, conducen a pensar que en este momento no votarían al Frente de Todos. Y como están las cosas, el presidente parece con pocas chances de recuperar a esos electores antes de agosto/octubre.

Por ende, cobra sustancial importancia retener el voto duro kirchnerista a como dé lugar. Ese sufragio inviolable, que la ahora Vicepresidenta mantuvo hasta en su peor momento político, allá por 2017. Y haciaahí dirigió su discurso el Presidente, a contener a ese electorado, a evitar que descrea de esta administración que ha navegado entre el cristinismo duro y la moderación esforzada. Sin el voto del kirchnerismo de “paladar negro”, o con ese voto dividido, el presidente estaría en problemas. Así que claramente, la confección discursiva del mandatario y el modo en que fue suscribiendo los avances de Oscar Parrilli en el Senado y respaldado los embates de Cristina contra los magistrados, buscó cubrir ese primer paso ineludible, contener a esos votantes.

La aritmética y la política no siempre van de la mano, pero no conviene desechar el análisis numérico. El peor momento político del kirchnerismo fue el 2017, es difícil negarlo. Bien, en esa elección de medio término, Cristina obtuvo el 37% de los votos en la Provincia de Buenos Aires. Una enormidad. Así que el cristinismo no tiene menos que ese porcentaje de “voto duro” exclusivamente propio, inalterable. Puede bajar un poco en el promedio país, porque Buenos Aires es su distrito mas fuerte, pero también el más poblado. Digamos un 32% “por abajo de las patas”.

En esa misma elección Sergio Massa salió tercero en Provincia de Buenos Aires, con el 11,5% de los votos, y en la elección de 2015, cuando se postuló para presidente, obtuvo casi lo mismo: el 12%. Esos son votos que Massa aportó a la coalición Frente de Todos. Cristina+Massa= 42% en el peor de los casos. Alberto obtuvo 48% en 2019. La matemática deja claro quienes son los actores políticos a considerar y que tiene que hace el Presidente para mantener el poder. Congraciarse con el cristinismo es de vida o muerte.

El caso de Larreta es diferente, porque en Juntos por el Cambio, o como vaya a llamarse, la disputa interna ya pone en juego la candidatura presidencial de 2023, con algunas particularidades. El Jefe de Gobierno busca mantener el tono conciliador que cree que lo beneficia, pero al mismo tiempo advierte que aquellos simpatizantes de su espacio que muestran mas hostilidad hacia el gobierno, son absolutamente refractarios a Larreta, justamente por su estrategia “zen”.

Quien capitaliza los defectos de tal estrategia es un adversario interno no uno externo: Patricia Bullrich, quien sabe interpretar a la perfección a los electores mas enojados con el gobierno, y lleva adelante con naturalidad y picardía el juego de la confrontación, algo que a su contendiente interno le cuesta mucho.

Para peor, el titular del Ejecutivo local tiene problemas adicionales. El principal, es que gobierna un distrito volátil. El gobierno le restó millones de coparticipación y lo obligó a dos cosas: aumentar impuestos y restar obras. Todo ello le va ser facturado por el votante, tal vez no hoy ni mañana, pero si en un par de años cuando el debate por la coparticipación haya pasado de moda.

Bullrich no tiene ese problema, no gobierna, su margen de error es bajo. Por otro lado, probablemente sea candidata en las elecciones de este año y si lo es por Ciudad de Buenos Aires, probablemente gane. Y entonces ¿habrá ganado la posición conciliadora y la gestión de Larreta, o el discurso altisonante, confrontativo e inspirador para los mas opositores, de Patricia?.

El oficialismo tiene una ventaja que le permite abroquelarse: no adelantó la interna por la sucesión de Alberto, ni menciona la posibilidad de que el presidente busque la reelección. La oposición tiene en las próximas legislativas, el evento que puede dirimir el liderazgo y la candidatura presidencial de 2023.

Pero en todo caso, la carrera esta lanzada y los contendientes han mostrado sus estrategias de cara a la batalla por venir, que a esta altura, es inminente.